Esperé hasta la noche para cenar juntos, pasó la hora citada. Cuando sonaron las doce campanadas y comenzaron los infomerciales me di cuenta de que te quería, que por más tiempo del previsto te esperaba, que por ti yo había dado mucho, que por ti había cambiado, que por ti yo había dejado de ser quien fui, que incluso llegaba a amar el despreciarte en ocasiones, pelear contigo sabiendo que eran estupideces sin fundamentos, que recordaba el olor de tu perfume combinado con el olor de tu sudor sazonado con un poco de esmog citadino, sólo para dar un toque cosmopolita. Reprochaba al televisor el no ser como el de los ricos, que sólo hablaba el lenguaje mexicano popular, que sólo conocía de televisión local, que no me mostraba imágenes placenteras como tu figura a contraluz, como aquel domingo a las seis, que no sainaba como tu ronca voz por las mañanas, que me invitaba a gastar dinero en lo inútil y no me invitaba a invertir mi tiempo, mis caricias y pasión en tu cintura. Me desesperé, y aventé el control hacia donde se supone estarías tú, como queriendo lastimarte, por dejarme solo, sentado en un sillón sucio hasta las dos de la mañana, aprendiendo diálogos de doblajes baratos y mal hechos, tan ficticios como tu promesa, como tus palabras a larga distancia. Entonces decidí cambiar el canal al de mis sueños, al que yo pudiera controlar de manera inconsciente, comunicarme contigo por telepatía, no importaba que cobraran larga distancia, al fin tu en mi mente eres número frecuente y nada más cuestas tres angustias por minuto. La llamada parecía no llegar ni a tu buzón, nunca pensaste en mi, o siquiera en el platillo que te preparé, o bueno… más bien que compré. Esperé, esperé, esperé y esperé, miraba hacia el control y mi demencia o imaginación me hizo platicar con él, era mi única compañía al parecer. Sonreía con las teclas de volumen y miraba fijamente con su ojo color verde. Comencé a platicar de ti, de mi y de nosotros, de cómo fue que te conocí, de cómo fue que te enamoraste de mi, o al menos de cómo decías haberlo hecho, de mi trabajo, mis amigos, que por cierto tiene mucho que no veo, Fue entonces cuando la televisión ya desmaquillada se unió a la conversación. Me di cuenta de mi demencia y comencé a pagar las llamadas que te hice, comenzaron las angustias.
Que tal si te habías salido del trabajo y preferiste ir con tus amigas por un café, entonces dentro del café, ya un poco entrada la noche alguna de ellas propuso algo mejor que venir acá conmigo, algo menos aburrido, más interesante, más para ti, menos como yo, porque tal vez no me querías, porque tal vez sólo jugabas y me ilusionabas. Si decidiste entonces, después de el quinto o sexto café descafeinado, con dos cucharadas de azúcar, una y media de leche en polvo, o una y cuarto de crema para café decidiste salir del aquel lugar, con destino hacia tu casa, pues se te había olvidado mi invitación, llegarías sola a casa y dormirías mientras yo esperaba aquí, en este sillón mugroso y platicando col la tele y el control.
Incluso, al salir del café o, ¿porqué no dentro de él? Encontraría al algún hombre, más atractivo, inteligente y varonil que yo, uno que si te supiera hacer la plática, que te entretuviera con sus cuentos y sus payasadas te hicieran reír, que ilusionara con sus historias de acción y fantasía, con su perfecta retórica y elocuencia de don Juan, te entretuviera con miradas coquetas y te tomara de la mano con hombría, que te endulzara el oído y te revolviera las ideas. Que te convencía de salir con él.
Entonces también podrías haber salido junto a él, en su carro último modelo, como aquel que yo no tengo, que te subiera en asientos de piel, para estas solos ustedes dos y no en el camión como lo hago yo, manejara tan rápido como pudiera su lujoso deportivo, con rumbo incierto, desafiando la velocidad de tu incredulidad, para romper record en tus emociones, que te hiciera volar si despegarte del suelo, no por la velocidad sino por la emoción que confundirías con miles más. Y para cuando te lanzara la primer llamada telepática yo estuvieras fuera del área de servicio, fuera de mí. O mejor dicho que estuviera fuera yo de ti. Que mis ondas no alcanzaran ni a rozar las llantas, ni las puertas, ni el escape, ni el esmog. Que sólo les acompañara un poco de pasión entre los asientos de piloto y copiloto, que mientras él galante hombre de negocios de labia, envidiable manejara por las calles mientras lo hacía si mano por tu cuerpo y tus labios por su cuello. Mientras la aventura conducía con destino a la excitación, acelerando hasta la velocidad del riesgo. Cuando yo aquí no viajaba ni a la velocidad de una tortuga por la habitación.
Tanta velocidad podía haber provocado un accidente, donde tú estarías entonces recostada sobre el suelo rasposo y negro, manchado con tu tinta roja, inconsciente, esperando a que él hombre de al lado dejara de seguir la luz para venir a cambiarte de lugar, esperando cuando menos luces blancas y rojas de caridad, sufrías entonces pagando el precio del amor ocasional. Él despertaría del sueño divino y te miraría con terror, asustado de lo que provocó, triste y decepcionado por fallar a su familia, a su esposa y a sus hijos. Tomaría la mejor de sus opciones… Te abandonaría y pediría ayuda por teléfono para él a unas cuadras de tu ubicación, donde entonces si las luces rojas y blancas le atenderían y él se salvaría. Pero yo no te podría dejar ahí sola y arrojada a tu suerte, tan mala como tu fidelidad. Tomaría entonces las llaves del departamento y le pediría al vecino de favor pasar por ti, recogerte y dejarte en algún lugar dentro de mi presupuesto para que estuvieras bien y fuera de peligro, te pediría disculpas por ahorrar en angustias, por pagar con tormentos. Entonces tú días después estarías recostada en caja negra y yo sentado en sillones mugrosos esperando ahora ser yo quien te alcance.
O tal vez sólo pasó lo más común, tal vez sólo pasó lo que siempre suele pasar, que olvidé pagar el recibo de angustias del mes pasado, y por eso mi telepatía no funcionó, que me cortaron el servicio de este mes y que las angustias del momento no eran más que los intereses del recibo ya vencido y que tú estás sola en un sillón sucio, víctima mortal del ocio, divagando estupideces, esperando al olvidadizo y despistado que de nuevo pensó estar citado en su hogar.