viernes, 28 de mayo de 2010

Crucifijo.

Así, con el crucifijo ensangrentado se fueron limpiando todos los pecados. Uno a uno con cada una de las veces que éste entraba y salía de la piel. Guardando entre sus hendiduras el ADN del pecado y dejando la tranquilidad eterna que conlleva morir en la santa penitencia.
Diego y Antonieta se conocieron dese pequeños, las costumbres del pueblo les dieron la obligación que en contrato verbal acordaron sus padres. Una vaca, dos gallinas y un pomo de mezcal, de ese del bueno, por la muchacha. Digo se había casado por obligación con una más de las muchachas del lugar, aunque siempre estuvo enamorado de Eduviges. Pero lo que acuerden los padres no se refuta. Y lo que se dice ante Dios no se cuestiona. Así juro amor eterno a Antonieta, Toñita, de ahí pa’ l real. Cómo le decía su familia.
El pueblo lo demandaba y era obligación divina. Toñita debía quedarse embarazada a más tardar en tres meses después del matrimonio. Diego y Toña en realidad no se querían, pero lo de se dice en el pueblo es ley. En la noche de bodas pasó el padrino de la fiesta, que fue, como era costumbre el mismo sacerdote. Sólo el padrino tiene el derecho de saber si la mujer es pura y der fe de que así sea. En fin, el párroco salió del jacal y rompió la olla. Esa totalmente confiable para un buen hombre para Diego. Entonces tuvieron que pasarla solos, intentando una y otra vez imitando  el oleaje del mar. Pero las cosas no se dieron.
A los tres meses todo seguía igual. Diego, empezó a buscar a Eduviges. Y Toñita por su lado fue a buscar al padre para preguntarle porque no podía tener hijos, si lo había intentado diario. Hasta que diego se frustró y se fue a probar suerte con la otra. Que había intentado todos los remedios que su abuela y las demás mujeres le habían recomendado.
El padre le dijo que no era cosa en Diego, que era algo mal en ella, seguro hizo algo malo y por eso lo está pagando de esta manera. Que la única manera de encontrar la gracia de Dios era limpiando todas esas acciones impuras que ella hizo alguna vez. Tenía que acercarse más a Dios y asistir más a misa. Diego estaba bien al buscar la gloria de la paternidad con Eduviges. Todos los hombres del pueblo tienen la oportunidad de ser padres, siempre y cuando no se trate de una mujer casada y se haga responsable de los chamacos.
De ahora en adelante Toñita tenía que caminar todas las tardes a la iglesia, rezar un rosario, hacer una penitencia, cada día más fuerte. Y después ir a buscar al sacerdote, hacer todo aquello que él le pidiera y entonces, tal vez, se quitaría el pecado de sus entrañas.
Fue el primer día, y después del último rosario comió un manojo de chiles sin probar un vaso de agua. El párroco entró y la vio cumpliendo esa penitencia. La tomó del brazo y la jaló del brazo arrastrando sus dieciséis años hasta la capilla contigua, ahí la despojó de sus prendas y las hizo recostarse sobre una cama de hiedra. No debía bañarse ni hacer nada en su cuerpo, hasta la tarde del siguiente día. La volvió a verter con calma y delicadeza, rozando delicadamente las pequeñas ronchas que comenzaron a salir.
Al otro día ella llagó a la iglesia, limpia y arreglada, después de rezar su rosario se dirigió al clérigo. Quien de nuevo molesto la desnudó, la llevó así hasta una tina y la regaño por bañarse. El baño de ahora en adelante sólo lo podía tomar en esa tina, para que en ella quedaran sus pecados. Comenzó a tallarla con una piedra pómez, hasta sacar los jugos rojos que dejaron poco a poco los pecados en el agua. Después pegó sus labios a las cicatrices y talló con sus barbas para limpiar las últimas gotas de pecado. La volvió a vestir con la misma calma y recelo del día anterior.
De nuevo el rosario y después al cuarto del día anterior, ahí estaba él sentado de espaldas, se levantó y dejó ver su cuerpo. Sólo usando una cadena de la cual colgaba un crucifijo. Ella en acción refleja, des desvistió y caminó a la tina. Se metió al agua helada en la cual vaciaría el fuego del infierno. Ahora con un puñado de varas en las manos la fue azotando y veía como escurrían los riachuelos rojos por la espalda, los brazos y las piernas. El sacerdote se acercó a ella y juntando su cuerpo la comenzó a limpiar con sus manos mojadas, recorriendo todos los valles ensangrentados y remojados con lágrimas. Cuando llegó a las montañas, hizo una pequeña escala y la giró para quedar de frente a ella. Pegó sus labios a la boca de pecado y bajó succionando cada gota o rastro de humedad que encontraba en su camino.
El tercer día, así como lo indican las escrituras es el más santo, el día de la resurrección. Esa vez tuvo que rezar dos veces lo acordado. Ya en la tina sólo vio un látigo y una corona de espinas. Las tomó y sumergió las cicatrices en el agua salada y caliente. Después entró el sacerdote, le puso la corona y echó mano del látigo. Sacaba y metía con fuerza las púas de la piel. Hasta ver a las cicatrices inmóviles debajo del agua. Tomó el cuerpo lánguido y lo recostó en un tapete. Él se quitó los hábitos y se quedó sólo con el crucifijo. Vivió todo el líquido de pecado y muerte para después poder depositar licosa vida blanca y santa en ella.
A mitad del proceso entró Diego a presenciar la absolución de los pecados. Miró los dos cuerpos desnudos sobre el tapete, y lleno de coraje arrancó el crucifijo del cuello. Y comenzó con un exorcismo más rápido y certero. La penitencia más correcta era morir frente a la cruz. Dejando que la plata rígida se clavara un sinfín de veces sacando la sangre por goteo hasta dejar vacíos los cuerpos herejes. 

jueves, 13 de mayo de 2010

La grandiosa amistad

Paula tenía la mirada perfecta, ella lo sabía y la presumía con su sonrisa coqueta y desinhibida, esa que por los últimos meses le había mostrado a Flavio, esa sonrisa con la que lo sedujo y cómodamente lo llevó a su lado. Y lo acompañaba campaneando por los pasillos, como siempre, dejando una estela de miradas libidinosas o de rencor a las que Flavio temía y se evitaba confrontar por miedo a enfrentamientos verbales o peor aún, físicos.
 Flavio por otro lado no era más que un personaje cualquiera, tímido, reservado y sin nada más que ofrecer que sus sentimientos sinceros y francos. No era el hombre bien parecido ni mucho menos el gran seductor. Sólo era aquel afortunado que logró tener una relación con la mujer más deseada de la generación.
Y es que en realidad fue Carlos, el mejor amigo de Flavio, quien se imaginó primero acariciando con sus manos los senos perfectamente redondos, jalando a Paula desde la espalda baja, perfectamente curveada, pegando el vientre esbelto y terso con fuerza a su entre pierna, oliendo el cabello de jojoba y sobre todo poseedor de la mirada perfecta. Y también quien estúpidamente los presentó. Pues pensaba que entre semejante pelmazo como Flavio y su amada Paula no habría peligro para él.
Mientras Flavio y Paula salían a los parques de la cuidad, los centros comerciales y a los cines Carlos no hacía más que tolerar su dolorosa y decepcionante derrota ante la amistad. Incluso se llagó a conformar con el acostumbrado raid que le daba a Paula en ocasiones para ver a Flavio cuando salían juntos. Entonces podía ocupar el tiempo para reírse junto con ella y disfrutar el vapor de lo que hubiera sido su victoria.
Un día los tres salieron a acampar por un fin de semana junto con una acompañante que bien podría hacer competencia con Paula. En el viaje las cosas fueron de total provecho para Carlos, pues Flavio parecía haber mordido el anzuelo que sin saber se había puesto. Las cosas entre la pareja no funcionaron de todo bien e incluso se tornaron ásperas.
Ya en la noche, cuando las cosas perecían estar en calma  y la relación había recuperado algo de estabilidad la amiga de Carlos decidió salir por algo de leña, pues quería una fogata típica, con cantos, guitarra, pláticas profundas, chistes, unos buenos cigarrillos y alcohol. Flavio tomó la decisión de acompañarla mientras que Carlos se terminaba de bañar y Paula despertaba. Entonces salieron Flavio y Martha por la leña.
Carlos salió sólo con la toalla encima, mojado y tiritando por el frio. Tomó sus cosas y regresó al baño para cambiarse solo y no en frente de la dormida Paula. Cuando estaba cerrando la puerta algo la atascó, y cuando se fijó no era más que el cuerpo de Paula.
-¿Por qué no te cambias en el cuarto? Ahí estoy yo. –Calló por tres segundos- Tal vez te pueda ayudar en algo, ¿No crees? No me digas que prefieres a esa pendeja que a mí, se que lo haces para darme celos.
Carlos sólo intentó hablar sin tartamudear, pero las manos de Paula fueron más hábiles que él. Para cuando se dio cuenta sus caras estaban frente a frente, separados por los dos milímetros que la amistad y los pasos de Carlos agrandaron a más de un metro.
Ella tomó la mano velluda y la puso en su pecho, tomó la otra y la colocó en el comprometedor y tentador espacio entre la nalga y la cadera. Sonreía con la misma perversión que la hacía morderse el labio, y se pegó con deseo a él. Carlos la aventó, cerró la puerta y se quedó dentro del baño hasta que escuchó las otras dos voces que faltaban en la cabaña.
Comenzó la fogata y no se mencionó nada sobre el tema. Flavio y Paula de un lado, y del otro Martha y Carlos. En medio las pláticas, las risas, las salchichas, los bombones y el fuego.
Paula entró a la cabaña por una botella más y Carlos la acompañó para ayudarle con una bolsa de hielos. Paula tomó la botella y Carlos dejó lo hilos al lado para tomar el vientre, le dio un beso en el cuello y ella le contestó con un grito de auxilio y desesperación.
Flavio empuñando la varilla metálica donde cocía los bombones entró al cuartó y de tajo, sin pensarlo por un solo instante hizo lo mismo con Carlos que con los bombones. Lo dejó travesado en la varilla y listo para asarse a fugo lento sobre las brazas rojas.

viernes, 7 de mayo de 2010

Wrong Way

Te vi aquel día mientras apoyabas en la campaña de mi hermana. Me pareciste alguien muy linda, tanto que no te podía hacer aquello que acostumbraba en esos tiempos. No eras merecedora de mis ideas y acciones perversas. Aparte de todo eras un delito, el mejor que podría cometer. Pero decidí seguí adelante y dejar juzgados denuncias y demás para otra ocasión. Mejor desahogué esas ideas y acciones en otra persona, mientras el tiempo se encargaría de quitar ese sello delictivo de tu cara y de tu cuerpo.
                Siempre he contando los días, minutos y segundos para que de la noche a la madrugada eso sucediera. Y tiempo antes de que la fecha se cumpliera comencé con mi asedio, sólo se trata de un juego más, una apuesta segura que cobraré en poco tiempo. Salimos unas cuantas veces y todo ya está asegurado. Tú cantando tus canciones pop y pasándome tu micrófono imaginario en los coros. Yo sólo seguía manejando para cumplir el contrato previo. 
Ya veo la victoria frente a mis ojos, yo soy gobernante de tus ideas y seguramente proveedor de tu insomnio. Aunque pongas como escusa el café que nos tomamos por la tarde, cuando no hice más que ignorarte a ratos y mirar por la ventana del café mientras tú me cuestionabas y respondía con el menor número de sílabas posible. Porque ese aire lo necesitaría para los besos posteriores antes de llegar a tu casa. Y en el camino tomaste mi teléfono y comenzaste a ver las fotos. Te reíste de mí y alagaste a mi familia. De pronto se acabó la batería y al tren se le ocurrió cursarse en el camino. Era el momento perfecto para atacar y sentí que lo perdías, sin embargo busqué dejarte con el deseo y quedarme con el mío.
Dejé que un poco más de tiempo terminara de borrar tu antigua relación y después te vería nuevamente, según mis cálculos, sería el día apropiado para knockear, quedarme pegado como sanguijuela a tus pensamientos y robar vía wifi todo tu tiempo. Me acerqué premeditadamente a ti, pero antes tenía que enfriar mi mente y olvidarme un poco de ti. Llegué de nuevo a verte, pasamos un rato juntos, tú entre mis brazos y yo recibiendo esos dos besos en mi cuello. Ese fue el momento justo, incluso parecía que los planetas se habían alineado, pero preferí esperar y dejar que te entregaras.
Llegué a mi casa, y me senté a ver la tele, tranquilo y seguro de que nuestro cariño se consumaría la siguiente vez que te vea. Ya pasaron más de diez meses y tú estás con él, lejos de mí consiguiendo una muy estúpida imitación de lo que pudiste tener. Dices que lo amas para atar mi espíritu de pies y manos, dejando todo en mi ilusa imaginación.