jueves, 24 de diciembre de 2009

Recuerdo de Estocolmo

Recuerdo la primera vez que tú y yo nos vimos. Cuando con mirada arrogante y despectiva me evitaste, cerraste con indiferencia la mirada y continuaste con tu andar. Y es que la verdad en ese entonces yo te odié, nuestros sentimientos fueron mutuos y cordialmente recibidos.
Pero poco a poco nos fuimos conociendo, compartiendo coincidencias y emociones, poco a poco nos hicimos amigos sin querer. Con el tiempo, después de aquel trabajo, cuando entre sábanas de un cuarto obscuro y perverso limpiaba tus lágrimas de frustración con mi pañuelo, callaba tus gemidos de tristeza con palabras de aliento, enjuagaba la amargura del momento con caricias mustias y susurros de profeta farsante. Tímida y delicadamente comencé a recorrer tu escultura dorada, pasando mis dedos por tus mejillas, por tus labios, por tu cuello, por tus brazos, tu cintura. Y tú con gesto recíproco me imitaste para sellar todo con unos besos millonarios que dieron a nuestro sentimiento libertad de acción fuera de las cuatro paredes cómplices de la bondad y la maldad.
¿Qué hubiera sido de mí sin ti? ¿Qué hubiera sido de ti sin mí? ¿Qué hubiera sido de los dos de no haberte secuestrado?

domingo, 20 de diciembre de 2009

Como siempre solía ser


Así, como siempre solía ser. Pero ahora podría ser un poco mejor. Quizá pueda llegar a abrasarla realmente sintiendo lo que se debe de sentir. En esos momentos me la imagino corriendo hacia mí con los brazos abiertos, o cuando menos terminando sus pasos colgada de mi cuello o hasta se me ocurre concluir con un beso real y parido por ese hermoso sentimiento.
                La fuí a ver pero nada fue así, nada de lo deseado sucedió, todo dentro de un frasco frio y cerrado. Dando algunos zarpazos de palabras al rígido manto de silencio, pero ni así llegé a matar al inminente mutismo. Así, como siempre solía ser, todo terminó peor de lo que fue.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Luto

Entró él al salón, vestido de negro, de pies a cabeza, guardando el luto veraniego, de aquel Agosto que helado, frio y sin esperanza, lleno de sufrimiento, aquel mes que acabó con años en un segundo, que mató a su amada mujer por la imprudencia vacacional. Limpió la última lágrima, acomodó por última vez el saco que aún le abrazaba el dolor y  arrastró por última vez su zapato izquierdo al tiempo que respiraba para dar el último suspiro. De nuevo iniciaba el semestre y los alumnos estaban ávidos de conocer a su nuevo profesor, el mejor de la materia, experto, aclamado por sus colegas y venerado por la institución. El hombre intachable, el gran héroe no podía mostrarse derrotado. Entonces dio el paso que marcó la diferencia, con el pie derecho y persignándose como todos los semestres pasados. Tomó asiento y pasó lista para ubicar a sus nuevos pupilos. De la A a la Z Alcántara, Arteaga, Baz, Benítez,  Domínguez, Fernández, Gallardo, García, García, Hermosillo, Hernández,  Iturbide, Loera, López, Martí, Muñoz, Nuño, Núñez, Ortega… así por semanas, pasó la lista su único grupo, el séptimo viernes la U fue diferente Uribe, no era cualquier Uribe. Ni siquiera la misma Uribe de aquella mañana triste de inicio de semestre. Ella ya destacaba de entre las demás letras de Abecedario, era ella la nueva mejor alumna, la nueva mejor portada, pero también la nueva juventud y alegría, la jovencita que preguntaba extra clase y pasaba horas a su lado, aquella que no sólo estaba por conocimiento sino por compañerismo, amistad y cariño. Alegre, sonriente y siempre inspirada. Ilógicamente soltera y sin compromisos para ser la mujer de veintitantos años que él hubiese deseado hacía ya  cuarenta y treinta y cinco o cuarenta. El tiempo se había equivocado y había sido impuntual, por poco menos insignificante medio siglo. El divino residente celeste olvidó mandarla a tiempo o se retardó por uno de sus estornudos, o simplemente lo dejó para luego y lo compensó tres y media décadas después. Pero las cosas tenían arreglo, ya había tenido un paliativo que concluyó justo antes de que conociera a la belleza de Uribe, Angélica Uribe Barajas, número diecinueve de la lista y primera de la tercera fila.  Este viernes reiniciaba el reloj en sus los veintitantos, con la cómoda ventaja que da el dinero propio y la experiencia senil. Ella llegaría al carro vestida de manera elegante pero casual a la vez, lo sufriente para resaltar por demás su belleza, pero no tanto, pues debía parecer ocasional, justo como él lo había hecho durante casi todo el semestre, luciendo zapatos boleados todos los días, pantalones y camisas sin arruga alguna y saco, abrigo o chamara limpios al día, con su sutil pero sensible olor a loción de marca con tema juvenil. La cita, la primera de muchas, de futuros encuentros enmascarados de azar. Primera comida que precedía, tranquilas comidas suntuosas alejadas del saber universitario, donde ella parecía ser mayor y el menor, donde las edades se promediaban en los cuarenta o cincuenta, donde los demás los imaginaban como abuelo y nieta. Una relación que él veía  prometedora y duradera, iluminada por el brillo de los ojos joviales que Uribe presumía hasta sin desear, que tenían como lienzos las blancas sonrisas enmarcadas con marialuisas color carmín, bañada por los negros cabellos que acariciaban a veces los tirantes transparentes del sostén que deseaba arrancar cuando lo hacía a escondidas con la mirada, para descubrir una escultura que años atrás no sentía y que había perdido sin saber.
                Entonces fue el día, es décimo primer viernes del semestre cuando la invitaría a salir de verdad, sin máscaras de amistad o sentimientos casi paternales, confesaría el verdadero fin de sus cenas, asesorías y consejos personales, para añadir a las ideas de amistad el toque de amor y sazonar los encuentros con el sabor de los besos, las caricias y  demás acciones entre enamorados. Idea loca para un hombre de su edad, que circunda los sesenta, que espera sólo su jubilación. Idea loca cuando se trata de una joven que ni siquiera trabajo tiene, que aún asiste a fiestas de fines de semana y llega tarde a casa, pero no lo era con ella. Era muy diferente, ella era un tanto más madura, más tranquila, más adulta, pero igual de alegre y activa que cualquiera de su edad. Era quien inyectaba vida a su vida, la que compensaba el tiempo perdido y le regresaba el cronómetro a ceros. Ya eran demasiadas las ocasiones de fortuna fingida y de intereses mal mencionados y hechos mal entendidos. Él se acercó a la mejor de sus alumnas, se sentó con ella en las escaleras y comenzó a platicar como siempre para sellare con un abrazo, una hasta al rato y un beso en la mejilla la cita con la verdad. El celular sonó hora y media después para cancelar el evento y posponerlo para el miércoles de la semana siguiente, algo entendible pues era cumpleaños de Alcántara, el mejor de sus amigos y posible pretendiente de Uribe. Aparte de todo, los celos no estaban preparados para salir a escena, aún les faltaba algo de maquillaje. Y practicar bien sus líneas.
                Miércoles,  once cuarenta y cinco de la mañana, día soleado pero con viento, nada fuera de lo común. Terminó la tercera clase de Uribe y sale del salón acompañada de todo su grupo de amistades o cuando menos compañeros, sólo faltaba una hora y algunos minutos para salir a comer por última vez con la farsa escondida tras el pretexto de profesor benevolente cuando ella seguía sobre el pasillo y lo pasó de largo aun platicando su mejor amiga amino a los jardines que se escondían tras la fuente que adornaba el hasta bandera. Ellas dos caminaban riendo, platicando y  jugueteando, acompañadas por la mirada cansada del erudito esperanzado. Doblaron a la izquierda, burlando el camino más coherente y común para ir directo a la simple y llana soledad, que les esperaba bajo la sobra que los eucaliptos ermitaños, quienes las recibieron con sus raíces someras que fungían como almohadas en ocasiones y que en este caso también lo hacían como escondite, que cubrían sin querer el frágil rose del amor incomprendido, oculto y sincero que existía entre las dos. Mismo escondite que no fue suficiente para la mirada cansada del maestro que arrastró nuevamente los zapatos y sacó nuevamente su lágrima de luto, pues hoy moría alguien más importante que su esposa, su hijo, quien sea. Hoy de nuevo estaba de luto porque hoy moría su esperanza.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Inspiración

Esperé hasta la noche para cenar juntos, pasó la hora citada. Cuando sonaron las doce campanadas y comenzaron los infomerciales me di cuenta de que te quería, que por más tiempo del previsto te esperaba, que por ti yo había dado mucho, que por ti había cambiado, que por ti yo había dejado de ser quien fui, que incluso llegaba a amar el despreciarte en ocasiones, pelear contigo sabiendo que eran estupideces sin fundamentos, que recordaba el olor de tu perfume combinado con el olor de tu sudor sazonado con  un poco de esmog citadino, sólo para dar un toque cosmopolita. Reprochaba al televisor el no ser como el de los ricos, que sólo hablaba el lenguaje mexicano popular, que sólo conocía de televisión local, que no me mostraba imágenes placenteras como tu figura a contraluz, como aquel domingo a las seis, que no sainaba como tu ronca voz por las mañanas, que me invitaba a gastar dinero en lo inútil y no me invitaba a invertir mi tiempo, mis caricias y pasión en tu cintura. Me desesperé, y aventé el control hacia donde se supone estarías tú, como queriendo lastimarte, por dejarme solo, sentado en un sillón sucio hasta las dos de la mañana, aprendiendo diálogos de doblajes baratos y mal hechos, tan ficticios como tu promesa, como tus palabras a larga distancia. Entonces decidí cambiar el canal al de mis sueños, al que yo pudiera controlar de manera inconsciente, comunicarme contigo por telepatía, no importaba que cobraran larga distancia, al fin tu en mi mente eres número frecuente y nada más cuestas tres angustias por minuto. La llamada parecía no llegar ni a tu buzón, nunca pensaste en mi, o siquiera en el platillo que te preparé, o bueno… más bien que compré. Esperé, esperé, esperé y esperé, miraba hacia el control y mi demencia o imaginación me hizo platicar con él, era mi única compañía al parecer. Sonreía con las teclas de volumen y miraba fijamente con su ojo color verde. Comencé a platicar de ti, de mi y de nosotros, de cómo fue que te conocí, de cómo fue que te enamoraste de mi, o al menos de cómo decías haberlo hecho, de mi trabajo, mis amigos, que por cierto tiene mucho que no veo, Fue entonces cuando la televisión ya desmaquillada se unió a la conversación. Me di cuenta de mi demencia y comencé a pagar las llamadas que te hice, comenzaron las angustias.
                Que tal si te habías salido del trabajo y preferiste ir con tus amigas por un café, entonces dentro del café, ya un poco entrada la noche alguna de ellas propuso algo mejor que venir acá conmigo, algo menos aburrido, más interesante, más para ti, menos como yo, porque tal vez no me querías, porque tal vez sólo jugabas y me ilusionabas. Si decidiste entonces, después de el quinto o sexto café descafeinado, con dos cucharadas de azúcar, una y media de leche en polvo, o una y cuarto de crema para café decidiste salir del aquel lugar, con destino hacia tu casa, pues se te había olvidado mi invitación, llegarías sola a casa y dormirías mientras yo esperaba aquí, en este sillón mugroso y platicando col la tele y el control.
                Incluso, al salir del café o, ¿porqué no dentro de él? Encontraría al algún hombre, más atractivo, inteligente y varonil que yo, uno que si te supiera hacer la plática, que te entretuviera con sus cuentos y sus payasadas te hicieran reír, que ilusionara con sus historias de acción y fantasía, con su perfecta retórica y elocuencia de don Juan, te entretuviera con miradas coquetas y te tomara de la mano con hombría, que te endulzara el oído y te revolviera las ideas. Que te convencía de salir con él.
                Entonces también podrías haber salido junto a él, en su carro último modelo, como aquel que yo no tengo, que te subiera en asientos de piel, para estas solos ustedes dos y no en el camión como lo hago yo, manejara tan rápido como pudiera su lujoso deportivo, con rumbo incierto, desafiando la velocidad de tu incredulidad, para romper record en tus emociones, que te hiciera volar si despegarte del suelo, no por la velocidad sino por la emoción que confundirías con miles más. Y para cuando te lanzara la primer llamada telepática yo estuvieras fuera del área de servicio, fuera de mí. O mejor dicho que estuviera fuera yo de ti. Que mis ondas no alcanzaran ni a rozar las llantas, ni las puertas, ni el escape, ni el esmog. Que sólo les acompañara un poco de pasión entre los asientos de piloto y copiloto, que mientras él galante hombre de negocios de labia, envidiable manejara por las calles mientras lo hacía si mano por tu cuerpo y tus labios por su cuello. Mientras la aventura conducía con destino a la excitación, acelerando hasta la velocidad del riesgo. Cuando yo aquí no viajaba ni a la velocidad de una tortuga por la habitación.
                Tanta velocidad podía haber provocado un accidente, donde tú estarías entonces recostada sobre el suelo rasposo y negro, manchado con tu tinta roja, inconsciente, esperando a que él hombre de al lado dejara de seguir la luz para venir a cambiarte de lugar, esperando cuando menos luces blancas y rojas de caridad, sufrías entonces pagando el precio del amor ocasional. Él despertaría del sueño divino y te miraría con terror, asustado de lo que provocó, triste y decepcionado por fallar a su familia, a su esposa y a sus hijos. Tomaría la mejor de sus opciones… Te abandonaría y pediría ayuda por teléfono para él a unas cuadras de tu ubicación, donde entonces si las luces rojas y blancas le atenderían y él se salvaría. Pero yo no te podría dejar ahí sola y arrojada a tu suerte, tan mala como tu fidelidad. Tomaría entonces las llaves del departamento y le pediría al vecino de favor pasar por ti, recogerte y dejarte en algún lugar dentro de mi presupuesto para que estuvieras bien y fuera de peligro, te pediría disculpas por ahorrar en angustias, por pagar con tormentos. Entonces tú días después estarías recostada en caja negra y yo sentado en sillones mugrosos esperando ahora ser yo quien te alcance.
                O tal vez sólo pasó lo más común, tal vez sólo pasó lo que siempre suele pasar, que olvidé pagar el recibo de angustias del mes pasado, y por eso mi telepatía no funcionó, que me cortaron el servicio de este mes y que las angustias del momento no eran más que los intereses del recibo ya vencido y que tú estás sola en un sillón sucio, víctima mortal del ocio, divagando estupideces, esperando al olvidadizo y despistado que de nuevo pensó estar citado en su hogar.

domingo, 29 de noviembre de 2009

De nuevo juto a ti.

Al abrir los ojos no sabía con certeza si era ya de noche, si sólo era tarde o hasta era de día, sólo sabía que tenía algo nuevo por hacer. Entonces tomé el reloj que me miraba desde el buró, me indicó que aún tenía tiempo para alcanzar lo que deseaba, cosa que en realidad no me importaba, a como diera lugar lo tenía que hacer, así que arranqué las sábanas que tenía como segunda piel, miré por unos segundos el plafón, aspiré la decisión profundamente y me senté sobre la cama, me miré en el espejo y te miré, tú a mis espaldas, descansando cómoda y placentera, aún viviendo en los sueños, soñando muy seguramente con aquel que no soy yo, aquel que dices querer y amar, aquel que comparte sin saber y que goza la mitad de lo que cree. Dejé de mirarte con ternura y la sonrisa voló, tallé mis ojos y caminé hacia el baño, esperé a que la lluvia doméstica cambiara su temperatura para eliminar el quebradizo recuerdo albino de pasión, las escancias de saliva que se colgaban de mi cuello acompañadas de pinturas rojas que detallaste con tus labios. Para limpiar las miradas perversas y palabras de amor falso consentido por los dos. Mientras las gotas y el jabón robaban evidencias del ayer tú arremetiste en la regadera para crear las del hoy, deseabas la revancha del juego en el que siempre ganamos los dos y siempre pierde él, reiniciar el sistema de caricias por default, sólo uno más de los tantos encuentros ocurrentes entre tú y yo. Entonces terminamos lavando las pasiones y  las caricias nocturnas con perversiones matutinas.
                Salimos cada quien por su lado, evitando sospechas de quien ni siquiera nos conoce, de quien supone somos pareja de verdad, de quien supone somos uno para el otro sin saber que en realidad jugamos a ser de nadie, a engañar a la mente confundiendo el amor con el deseo. Agendamos la siguiente mentira para cuando a cualquiera de los dos nos placiera, porque entonces éramos juguetes predilectos, pero nunca exclusivos. Tú te subiste a tu auto de señora responsable, te pusiste las gafas de sol, como queriendo ser irreconocible, un retoque en el retrovisor y de nuevo a la vida empresarial. Mientras yo intentaba encontrar las llaves que no estaban en mis bolsas, ni en el saco, ni dentro del coche, seguro dentro de la habitación. Regresé paso a paso recogiendo la vergüenza a lo largo de cuadra y media, para que cuando fuera la hora de preguntar por ellas me hicieran esperar alrededor de hora y media, misma que aproveché para comer unas ricas enchiladas gratinadas con huevo estrellado y un plato de fruta aderezado con yogurt y granola, un poco de jugo de naranja y un café para despertar. Regresé y el mozo me entregó las llaves, mientras un carro negro esperaba a diez metros para conservar la dignidad. Otra vez la cuadra y media para partir a hacer mi deber. Navegué entonces por la radio más rápido que por el tráfico de la ciudad, una hora después en ninguno de los dos llegué a algún lugar. Sólo en mi mente que divagaba entre quehaceres logré concluir una actividad. Quince minutos más tarde llegué al destino físico pero perdí el mental, entonces la vista devolvió el rumbo del quehacer.
                Entré a mi casa, caminé hasta la computadora y comencé a ver mis pendientes desconocidos, correos que exigían atención inmediata, tonterías de los demás, pero ninguna respuesta para mí. Más pausas para mi mente e ideas que fabricar y más pendientes por hacer. Parecía no tener tiempo para ti, para recordar tus palabras, tus miradas, caricias, besos, abrazos, sonrisas, ideas… No tenía tiempo para estupideces, había mil y una actividades más por efectuar, y creo en ninguna apareciste tú, sólo esta yo. Pero no entendía el porqué entonces seguías ahí, ocupando tiempo ajeno, habitando en momentos de mi mente, paseando por los parques de mis memorias y de mis imaginaciones, eras gobernadora del reloj, devoradora de minutos con todos sus segundos, asesina de preocupaciones y resucitadora de recuerdos. Me sumergiste en tu vida, querías ahogarme en recuerdos de tus pupilas, ahorcarme con el aroma de tu cuello, encajarme el puñal de tus sentimientos, disparar justo a mi frente con el más certero de tus besos… Moriría de amor si tú no lo hacías primero.              Y es que no me había dado cuenta de que me estabas acabando, que me habías mutilado con cada una de tus caricias, me habías cegado con tus palabras, encarcelado en tus recuerdos, enfermado con su ser. Me convertiste en un vegetal sin intelecto, era sólo tuyo aunque estuviera con alguien más, ya me habías ganado sin querer, eras tú monarca de mi vida y acreedora de cada uno de mis esfuerzos. Te amaba sin fin, ya no quería hacer nada sin tu compañía, el aire olía a dolor sin tu esencia de pasión, el sol no iluminaba tanto como el destello de tu cabello y el horizonte no me guiaba como lo hacían tus miradas, el viento no susurraba tan dulce como lo hacían tus palabras, la tierra no giraba como lo hacías tú en mi cabeza. Te amé tanto que odié el hecho de necesitarte.
                De inmediato me dirigí hacia tu hogar, y ya estando fuera esperé… tomé mi tiempo para meditar, si te mataría, si te dejaría o te amaría. Pero el tiempo ya no me dio más crédito para la espera y las ansias sugirieron la actuación con incertidumbre, de nuevo respiré profundo, miré al vacío y me decidí. Abrí la puerta del carro, y caminé por el aparente infinito que existió entre mí y la puerta de madrea que conducía a tu sala. Ya frente a la guardiana de madera busqué las llaves, ahora si las tenía en mi pantalón, entonces vi tu sala, y nada del otro, de aquel que cree que te posee. Directo a tu cuarto y tú recostada placentera como siempre, acompañada de un libro negro que dejaste de leer porque Morfeo lo deseó. Y la disyuntiva regresó. Te amaría, te odiaría, te mataría o ¿qué haría? Me decidí por lo tercero, y justo antes de comenzar me miraste, sonreíste con tono de sorpresa, como si supieras lo que deseaba hacer y con eso terminaste mi deseo de asesino pasional. Qué pena me da despertar de nuevo junto a ti, perdón por tenerte de nuevo detrás de mí.

lunes, 16 de noviembre de 2009

La blanc shirt






Cansado de las paredes blancas, del cuarto con poca luz que se escurre desde la pequeña ventana en la esquina opuesta a la puerta, las noches oscuras por culpa de aquel foco con tic nervioso, de fríos nocturnos entre sábanas sucias, estaba cansado de estar encerrado, cansado de no hacer nada, porque él quiere hacer de todo, de todo sin dejar nada. Ideas que compartía con Pablo, su viejo camarada, compañero de mil locuras y fiel amigo desde la infancia.
                Como siempre llegó el enfermero, llevando la comida de todos los días, para sacarlo al baño de las diez de la mañana, para a cambiar la camisa blanca y amarrar las mangas en la espalda de Roberto. Para volver a encerrarlo en el cuarto blanco, donde debería estar solo, pero sólo quedaba junto a Pablo, el que entraba y salía a placer, el que recorría los pasillos sin hacer ruido, sin llamar la atención, sin platicar con nadie pero escuchando a todos y regresaba dentro del cuarto sin abrir la puerta, el que vivía sin haber nacido. Ese día Pablo llego con la nueva idea, la de ser libres sin decirle a nadie, de tomar las paredes como puertas a la realidad, como puertas a la vida de los demás.
                El plan era el siguiente: Cuando sonara la tercera campanada de la madrugada, Pablo desamarraría  las mangas, después Roberto rompería la ventana de la esquina, no, mejor gritaría al enfermero, y él entraría para brindar ayuda, Pablo y Roberto lo golpearían hasta dejarlo en la inconsciencia, saldrían corriendo del cuarto blanco, dejando atrás al foco nervioso y la ventana deprimente. Recorrerían todo el pasillo hasta llegar a una puerta de metal, fría como la noche que les esperaría, Pablo desde el pasillo de al lado llamaría la atención del guardia, entonces Roberto saldría sin presiones. Ya en el jardín descuidado, correrían sin parar, buscando dejar en segundo lugar a los perros de seguridad, los pies descalzos, acariciarían rápidamente el pasto, el polvo y las piedras hasta topar con la pared, la puerta a la realidad de los demás. Roberto se dejaría ayudar por Pablo para alcanzar su libertad, ya que después Pablo le siguiera los pasos cuadras adelante.
Afuera del edificio, ya detrás de las paredes prepotentes lo primero era conseguir dinero, algo de comida y un buen lugar para estar, respecto a lo del dinero, con sólo un poco de valor y ayuda del primer cobarde citadino se hicieron de una cartera, o mejor de cinco o seis, de las que fuera necesario. Entrada entonces la noche, irían a comer ricos tacos de muerte lenta. Para dormir un hotel barato sería lujoso, justo lo necesario. Roberto fue entonces directo por las llaves del cuarto quince, abrió la puerta a la inmundicia, decorada por un tocador polvoso y una cama desatendida. Mientras el imaginario Pablo inspeccionaba el baño, refugio maloliente de cucarachas y hongos caseros. El lugar era ruin, tal y como se deseaba, recostados ambos en la cama se dejaron navegar hasta el fin de sus desvelos, no sin que antes Roberto se tomara su pastilla de la noche, y dejándola pasar miró hacia los lados para apreciar solo y gustosamente las paredes blancas, el cuarto con poca luz que se escurría desde la pequeña ventana en la esquina opuesta a la puerta, en la noche oscura por culpa de aquel foco con tic nervioso, con frío nocturno entre sábanas sucias.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Juego.




Vamos a jugar eso que tanto quieres, que tanto buscas, que tanto pides con ebriedad de libertina inocencia. Así será el juego: Te lo voy a explicar. Yo finjo que te quiero, finjo que te abrazo, finjo que te beso. Tú finge ser estatua, finge que no quieres como digo que te quiero, finge que no puedes, finge no buscarme. Intenta guardar silencio, callar el sentimiento y evitar provocaciones. Yo finjo ser real y querer sin limitaciones.
     Ya se acabó el juego, dejamos las mentiras, pero nos creímos los papeles. Hoy te quiero tanto que sólo quiero dejar de quererte. Hoy cambias de juego; hoy el juego soy yo.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Domingo a las 6









Domingo a las 6, adornado por nubes derramadas por la sangre del sol que gritaba luces destellantes y ensordecía miradas, pastizales amarillos,  las bocinas principiaban a cantar y fue cuando te vi. Eras tú dorada color divino, como los dioses del Olimpo, sólo que tú eras mejor, de carácter virginal, ojos que contenían verdes campos cubiertos de brisas matinales, rocíos de bondad y destellos de grandeza. Bañados por los rubios rayos de sol que encerraba tu cabello, con olor a seducción, pasión, amor, cariño o yo que se… sólo me atrapó y me hizo mirar tu rostro angelical, deseado por millones, decirte, …hola… de la manera más tímida e introvertida que podía suceder. Todo el discurso ensayado por horas mentales se perdió con el aire que lanzó tu mirada. Tú me contestaste con otro hola que exigía respuesta, mi respuesta fue nuevamente…hola… y ahora una sonrisa enervó de tus labios, ojos y mejillas. ¿Cómo te llamas?, preguntaste, Rodrigo, respondí. Fuiste sacando un caudal creciente de palabras de mi boca, te convertiste en fuente abundante de conversaciones sin fin, todo un prodigio del arte elocuente, oradora perfecta y mejor conversadora. En cuestión de minutos parecías conocerme a la perfección, y mejor aún, congeniábamos al cien, nos complementábamos. Debía agradecer a los cielos, los infiernos, los dioses y todos entes divinos existentes, estaba “la mujer de mi sueños” junto a mí. Los caminos de las palabras seguían creciendo a temas diversos, temprano se hizo tarde, tú sola y sin chofer que te regresara a casa, y yo con mi bocho a punto de la descompostura, con faros tuertos y asientos con heridas y cicatrices de mil batallas propias y ajenas al dueño actual. Avergonzado y sin querer ofrecí esas cuatro llantas a tu servicio, con destino a tu hogar. Aceptaste el aventón y subiste al viejo tuerto, tomaste asiento con cuidado, pero nunca haciendo gestos de humillación o desprecio… Aparte de todo fuiste humilde, ¡lotería! De pronto el camino se tornó rojo apasionado, con destellos de gozo, es volente viró a la primer estancia de amor y algunos pesos de tu bolsa pagaron la concusión de varas escenas bravías, tiernas y otras rutinarias. Reflejadas en espejos perversos y custodiadas por una puerta mustia. De nuevo las telas regresaron a su lugar de origen absorbiendo aromas de satisfacción, que con unos minutos en el tocador se perdió junto con el peinado de pasión. Giraste tu mirada hacia mí, de abajo hasta arriba y de regreso, con la misma sonrisa que consiguió mi saludo, en realidad no se si eso era bueno o malo, sólo sé que sucedió. Siguieron esas palabras que sólo tú conseguías, verdades siempre, a veces presunciones, pero verdades al fin. Tomaste el contenedor de belleza, metiste el rubor, la sombra y el cepillo. Esperaste a que yo decidiera salir de las cobijas y terminara de arreglarme, que regresara al estado de horas antes. De nuevo al carro y ahora si a tu hogar. Más de lo que pensé, a decir verdad, mucho más. Me sentí mal por un instante… pero ya habías estado conmigo y eso era bueno. Salí para abrir tu puerta, pero te adelantaste, sólo alcancé a cerrarla. Ahora fue un …adiós… pues no sabía que más decir, gracias sería tal vez iluso, hasta luego, premeditado, te veo luego, peor aún, te quiero, ni se diga, …me la pasé muy bien fue lo idóneo, al menos en mi mente, pero tu ter adelantaste, siempre un paso delante de mí. Entonces contesté: Yo igual. Giraste hacia la puerta mientras yo esperaba algo más. Pero sólo otorgaste el contorno de tu figura, misma que había tenido frente a mí, que tomé y nunca dejaré, que se estampó en mis párpados, a la cual recurro en noches de insomnio, aquella de nunca volví a tener. Aquella que me recuerda que te perdí porque nunca te tuve.


Gracias a Laura Zavala por la Imagen.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Perfección

Estaba él ahí, sentado y mirando hacia la nada que cursaba aquel puente, esperando la silueta de la mujer desconocida, aquella que se recargaría en el puente, con vestido blanco y clavel albino cembrado entre los dedos. La imaginaba... ella sería trigueña, con mirada fuerte y decidida, pero a la vez dulce y tierna que se clavaría en corriente del rio, en espejo del agua que es lo mismo pero al revés. Así seria ella. Ahi estaba ella de vestido blanco, con clavel albino y mirada tierna... Él la vió recargada y esperando, tomó sus cosas y huyó. Las cosas no salieron como se pensaron, salieron mejor.

sábado, 31 de octubre de 2009

Visita familiar

Tunnn… tunnn… tunnn… tunnn… tunnn… tunnn… tunnn… tunnn… tunnn… tunnn… tunnn… tunnn… Pasan las doce vibraciones consecutivas que hicieron estremecer el agua. Él cruza la puerta y se dirige directo a la cocina, las luces están apagadas, pero no requiere más que la emendada en el fondo del cuarto, cansado toma un vaso de agua para saciar su sed, se sienta unos segundos para reposar,  tomar un poco de energías y poder subir al cuarto. El único que le reconoce es el perro que yace sobre el tapete bajo las escaleras y no hace más por llamar su atención que mover la cola en vaivenes mientras le mira.
Toda la casa está en perfecta tranquilidad y armonía, hoy los niños duermen apacibles en sus camas, su esposa descansa sin preocupaciones, la casa está tal y cual él la dejó, detalles más, detalles menos, pero es lo mismo… Bueno, no, eso no. Falta algo… no se ve pero se siente. No es el mismo humor que la última vez. A él le parece extraño tener aquel  recuerdo, tal vez es por cansancio, ya es algo tarde y él apenas va llegando a casa. Como de costumbre, entra en las habitaciones para ver a su familia, estar un rato junto a ellos y acariciarles en sus sueños. Y así recorre una a una las habitaciones pasando y repasando con su mano  los rostros y cabezas de los amados infantes. Sonrisas son lo único que alumbra los espacios, todo es total penumbra al ritmo de la lluvia. Finalmente al su cuarto con su esposa, aquella a la cual juró nunca dejar, se recuesta sobre la cama, se acurruca y acomoda la cabeza femenina sobre su regazo, inhala el aroma a jojoba, delinea con los dedos las cejas, los párpados, la nariz, la boca, las mejillas, la barbilla… Sigue con el cuello y ahí termina el recorrido, cierra sus ojos y recuerda… facilidad es para él el pasado. Ya pasó mucho tiempo, la corona de espinas que adorna al sol se empieza a notar, de nuevo a la cocina, la comida que está lista desde ayer no hace más que adornar la mesa, la luz del fondo se extinguió y la foto que aderezaba la lasaña ya se ve mejor. Pero no hace caso a la comida es tiempo de retirarse, hoy comió algo mejor que todos aquellos días de gloria. Se retira feliz y esperando al siguiente año encontrar un banquete semejante.

viernes, 23 de octubre de 2009

Calaverita






















-¡Hola, hola! Mi Flackito.
-¿Cómo andas mi estimada?
-Pues nomás aquí, amiguito.
Como siempre, de pasada.
-¿Y cómo va la chamba?
-Pues ya ves, algo apurada.
Que por cierto hoy si nos vamos
directito a la chingada.
-¡No, no, no! ¡Eso para nada!
Hay pa’ la otra si se puede.
-¿Pero cómo mi Flackito?
Ya van varias que me debes.
-¿Qué te cuesta otro ratito?
Si soy re cuate y bonachón.
-Déjame hecho una llamadita
y le pregunto aquí al patrón.
-¿Quién la quiere mi flaquita?
-Ya deja de andar de lambiscón.
      Ya hablé con el jefe
y me dice que te deje.
-¡¿En serio?! ¡¿Me lo juras?!
-Ya ves, él y sus locuras.
Que cerca estuviste.
Pa’ mi que aquí hay bisne.
-¿Cómo crees, mi tocaya?
Si no soy ninguna alimaña.
-Pues es que ya van varias.
Y contigo puras fallas.
-¿Pues qué quieres que te diga?
-Ya dime de veras.
 ¿Por qué tanto perdón?
-Pues lo que dice tu patrón.
Dar más de lo que esperas
y hacer todo con pasión.
-Está bueno Flackito,
que la chamba está pesada.
-Ok, nos vemos al ratito
y ya no seas desgraciada.

viernes, 16 de octubre de 2009

Playa


Ella, ahí recostada sobre finos granos de suelo amarillo, tranquila, inmóvil, una escultura, la más bella del horizonte, siendo acariciada por los secretos que lleva el viento que se desliza por sus líneas y hace remolinos en los espacios que encuentra, como no queriendo escapar de ella, porque así es, para finalmente perderse en el profundo gris que esconde el brillo. Porque hoy el sol no quiso salir, se sentiría opacado frente a ella. Mejor deja nubes para el sentimiento y gotas para la melancolía. Agua que cae por montones y por goteo a la vez, con intención de ser discreta, se impacta en ella para entremezclarse y pertenecer, un poco aunque sea de esa escultural belleza, y escurre, lenta y suavemente sobre ella, porque como el viento, el agua tampoco se quiere despegar. Finalmente pierde la batalla con la gravedad y se filtra por el suelo y se pierde en el oleaje que juega enjuagando su jugo y gimiendo el conjuro que jura jamás terminar.

sábado, 10 de octubre de 2009

Dama de blanco

Una silueta femenina casi perfecta de espaldas a mí de aquellas que adoro en ocasiones, acicalada por un bello vestido de velo blanco, entallado de la cintura para arriba y suelto de las piernas que se delatan por la luz lunar, ella, la silueta que me agrada yace recargada en la ventana de cristal que muestra el jardín, un momento tranquilo, cual si el tiempo no existiera, no hay sonidos, todo en medio de la obscuridad de la paciente y estática noche en tonos azules debido al brillo de la luna, miro al frente de mí y veo la televisión colgada de la pared, el sillón verde intacto, el foquito rojo encendido al igual que los amarillos y el verde, la mesa junto al sillón, todo tal y cual estaba en la tarde. Como todas las noches, el hospital sereno con ningún alma en los pasillos al parecer, afuera no hay razón de vida o señal alguna de movimiento a mi lado mi padre recostado como anoche y antenoche sobre el sillón, como siempre yo velando sus sueños, cuando debería ser al revés. De pronto un profundo miedo se hospeda en mí, no sé si sea el medicamento que me provoca paranoia o la silueta femenina que sigue contemplando el paisaje, pero ahora veo más cercana, cierro los ojos para intentar regresar a mis sueños, como si cerrándolos se apagara ese miedo y regresara a mí armonía.
No resultó, intento tomar el control de la TV parta encenderla y olvidar el miedo pero no lo alcanzo, eso incrementa mi desesperación y mi miedo, mientras tanto la silueta se sigue acercando sin moverse, aparentemente el cuarto se hace más pequeño o mi visión falla, pero cada segundo la siento más cerca de mí y de pronto es como si estuviese respirando sobre mi pero no es así, porque continúa con el paisaje, así me sucede en repetidas ocasiones, tal vez dos o tres o quizá cinco o seis, los números es algo que no importa con este temor. Cuando volteo a mi izquierda y por fin le veo la cara, y si antes tenía miedo ahora es pavor, su silueta desentona totalmente con su cara. ¿Cómo es posible que aquella silueta de ensueño se conjugue con este espanto de rostro?, un rostro carcomido en las mejillas, pupilas gigantes, cabello despeinado y sonrisa horrenda. Creo que es la muerte, y viene por mí, pero no tengo ganas de ir con ella todavía tengo muchas cosas por hacer. ¡Por Dios!, ni siquiera he cumplido alguno de mis más grandes sueños. ¿Cómo me voy a ir así?, cerrando los ojos pienso “No no no. Hoy no, ya será después”.
Abro los ojos y es de día, mi padre ya no está a mi lado, lo escucho en la regadera, en el pasillo bromas entre enfermeras, afuera las aves trinando, los carros pitando, los niños jugando futbol y los perros ladrando, pero aún queda la firme y profunda sensación de su mano sobre mi pecho. No sé si fue un sueño o en realidad pasó. Lo que si se es que no fue hoy, “ya será después”.