domingo, 31 de enero de 2010

Psicología de Gestalt.

Ahora recuerdo de una forma ambigua, pero suficiente lo que ocurrió esa noche y he llegado a una conclusión netamente científica y fundamentada, ahora se por fin porque las cosas se dieron así. Ahora sólo me queda explicarlo y tal vez pedir perdón.
1-      Principio de la Semejanza - Nuestra mente agrupa los elementos similares en una entidad. La semejanza depende de la forma, el tamaño, el color y otros aspectos visuales de los elementos.
Eras justo como yo solía ser, realmente estábamos perdidos en este mundo que nos acompaña a la desolación, nuestras vidas, desde vierto punto de vista no tenían razón de ser. No éramos más que un par de parásitos, sólo dos personas que sobrevivíamos a costa de quienes placían de mantenernos vivos y darnos, según ellos apoyo moral, espiritual y económico dentro de muchos otros. Eso se puede ver muy fácilmente, sólo basta con recordar nuestros comentarios posteriores a cada vez que nos despedimos, opiniones sobre nuestras parejas y sobre nosotros mismo, yo creo que tú no eres más que un artefacto de placer y nada más que eso, al igual que ti lo crees de mí, y a ninguno nos incomoda la idea de banalidad. El parecido de los dos comenzó de jerar de ser sólo un parecido y dio paso al inició de uno mismo.
2-      Principio de la Proximidad - El agrupamiento parcial o secuencial de elementos por nuestra mente basado en la distancia.
Tú vivías cerca de mí, tan sólo a unos cuantos minutos en carro, era fácil verte y acordar encuentros repentinos, simplemente se requería de una llamada o un mensaje telepático pidiendo romper las leyes de nuestra sociedad y jugar a ser ajenos para poder conjugar nuestros seres a espaldas de los demás, aunque al parecer únicamente hacía como que no veían lo evidente. Era sólo cuestión de segundos para que uno de los dos aceptara a vernos juntos en secuencia indefinida. Y también gozábamos el estar juntos, revolvernos con el escenario de cualquier momento, el punto en común era sólo aquel en el que entre mezclábamos nuestros sudores que pegaban nuestros cuerpos y nos convertían en aquella pareja de secuaces perversos, deseos de fatalidad. La misma proximidad que comenzó a ser mayor a cada segundo sin saber y me comenzó a llevar más allá de lo que imaginé.
3-      Principio de Simetría - Las imágenes simétricas son percibidas como iguales, como un solo elemento, en la distancia.

Mientras yo hacía como que era justo lo que deseaba y buscaba, mientras la hacía creer que era el hombre perfecto, mientras ella construía castillos sobre nubes, su paraíso, nosotros construíamos los nuestros en su infierno. De la, misma manera lo hacías tú con él, todo era tan simétricamente asqueroso, sucio y ruin que daba idea de perfección para nosotros dos. Tú eres sólo mi otro lado del espejo, eres vanidosa, arrogante y fría con sutil tintes enmascarados de perfección que despistan a los demás. En realidad tú y yo éramos un mismo elemento que jugaba con disfraces sexuados. Aquí es cuando recuerdo cuando tú y yo nos vimos aquel día nublado y lluvioso, ambos bajando de nuestros respectivos autos, con nuestras respectivas parejas y nuestras respectivas indiferencias y movimientos coordinados intentando esconder los nervios junto con las miradas, todo al compás del tiempo y en acciones idénticas. Mas la última acción que hiciste la última vez que te vi fue con otra finalidad, o al menos así me pareció, porque comanzó a jalar otra parte de mí.

4-      Principio de Continuidad - Los detalles que mantienen un patrón o dirección tienden a agruparse juntos, como parte de un modelo. Es decir, percibir elementos continuos aunque estén interrumpidos entre sí
Todo aquello que hacíamos, todas nuestras acciones desafiantes y traicionaras no eran más que parte de una confabulación inherente a nosotros mismos y a nuestra relación destructiva y secuencial, tú y yo sólo continuábamos la construcción de ese elemento destructivo y cada vez que jurábamos no volvernos a ver y dejarnos para siempre sólo continuábamos la estructura periódica que inconscientemente formulamos desde conocernos, desde nuestra primera vez. Tal y como siempre suele ser, para lo planeado en nuestras mentes, todo a la perfección, desde el “inesperado” encuentro en la calle o cena solitaria en el mismo restaurante o el paseo reflexivo por el parque, todo con el mismo fin satisfactorio, para concluir sin sentimientos ni deseos de vernos, mientras instintivamente es todo lo contrario, y siempre caemos en el mismo circulo que nos ha atado hasta el día de hoy. Sin embargo comenzamos sin querer a dar continuidad a las acciones más allá de lo deseado, para pasar, de igual manera a lo que se dio sin buscar.
5-      Principio de dirección común - Implica que los elementos que parecen construir un patrón o un flujo en la misma dirección se perciben como una figura.
Nos conducíamos siempre al mismo lugar mental y existencial, teníamos como destino en común el siempre insuficiente engaño aventurero. Nuestros besos, abrazos, pláticas, sonrisas, ideas y miradas siempre apuntan a la misma dirección, al mismo infierno placentero que nos esforzamos en visitar, donde ambos gozábamos del calor ardiente de sus llamas. Porque los dos siempre coincidíamos en el mismo punto, siempre teníamos la misma trayectoria convenida por goce de hacer de la vida algo menos valioso de lo que es, con el gusto de dar un toque amargo al postre sólo para cambiar el sabor y sin ninguna excusa más. Pero la última dirección a la cual quisiste arribar no fue la misma que siempre habíamos acordado, ahora quería llegar un poco más al fondo de todo lo que pasó.
6-      Principio de simplicidad - Asienta que el individuo organiza sus campos preceptúales con rasgos simples y regulares y tiende a formas buenas.
Las cosas siempre fueron lo más fáciles posibles, lo más escuetas y sencillas posibles, los sentimientos sólo harían des esto algo complejo y llevaría más tiempo lograr comprender nuestra situación. Era benéfico para los dos, de hecho para los cuatro que todo permaneciera como se originó, sin cambios, intacto, como una pared blanca y lisa donde sólo nos posábamos para compartir momentos denigrantes pero disfrutados a fondo. Simple y llanamente tú y yo éramos amantes, un juego en común, simples máquinas, depósitos y expendios permanentes de amor ficticio. Pero algo de todo este sistema tan simple de dar y recibir comenzó a tornarse un poco complejo y comenzó a dejar de trabajar como se esperó. Dejaste de ser la figura simple y comenzaste a ser simplemente algo más.
7-      Principio de la relación entre figura y fondo - Afirma que cualquier campo perceptual puede dividirse en figura contra un fondo. La figura se distingue del fondo por características como: tamaño, forma, color, posición, etc.
A veces cuando tú y yo protagonizábamos las escenas propias, y vivíamos en nuestros mundos, sin importar lo demás, en realidad creábamos mundos ajenos a nosotros, con telones rojos y nosotros dos al frente, dando fin a todo lo que nos rodeaba, eliminando todo lo que podría importarnos pero no era así, cada uno comenzó a protagonizar en el foro del otro, comenzamos a ser partícipes en común, tanto que comenzamos a robar el escenario mental y dejamos atrás las vidas propias.
8-      Principio del Cierre - Nuestra mente añade los elementos faltantes para completar una figura. Existe una tendencia innata a concluir las formas y los objetos que no percibimos completos.
Todo debía terminar de la manera más lógica, lo estuve pensando por horas, sólo encontré una manera realmente razonable para terminar esto y no volver a comenzar, una manera de que esto finalizara de una manera diferente a las anteriores, una forma de romper el circuito, es por eso que te cité hoy en el lugar de siempre. Esto debe terminar como nunca percibimos, de manera que nunca terminamos nuestros días comunes.
Ya faltan sólo quince minutos para que comience el último de los encuentros, para que nos saludemos de beso apasionadamente mustio y nos subamos en el carro negro que suelo manejar, para que arranque y te de la sorpresa de un viaje por carretera, para que salgamos lo más rápido de esta ciudad que no hace más que ser repetitiva de la manera más lógica existente, esa ciudad que sabe todo sobre nosotros y nos manipula a su entera libertad. Hoy después de salir, después de pasar la carretera pisaré el acelerador a fondo, des esa menara dejarnos atrás el pasado que nos persigue, todo será tan veloz, tan fugaz y maravilloso que no prestaremos atención al momento en el que el carro se estampe contra la barra de protección a más de ciento ochenta kilómetros por hora y viajemos por los aires para aterrizar en el infierno que contruimos con esmero.

sábado, 23 de enero de 2010

Contradicción

Aquí inicia la historia: Él y yo éramos amigos desde la infancia, sus padres nos trataban muy bien, lo querían mucho, siempre fue el niño rico de la cuadra que no escondía sus juguetes, generoso y atento, buen amigo, el mejor de todos los que había tenido. Inteligente, y se dejaba copiar en los exámenes. Con las niñas tuvo éxito y en ocasiones llegó a ser quien presentara algunos de mis amores ficticios o aventuras pasajeras. Toda su vida fue de ensueño. Gran persona y siempre bajo el apoyo de sus papás, quienes lo amaban y consentía en demasía por ser hijo único y por demás esperado. Pero el sueño se tornó lúgubre cuando encontraron una pequeña trampa, una pequeña piedrita en el camino, algo que les haría cambiar de ruta, que les llevaría directo unos estuches de madera finamente tallada y bañada por las lágrimas de su hijo. Día en el que perdió sentido su vida, su existencia, las mujeres, y su mayor sueño, la pintura.
Ya estaba yo cansado de recibir la misma llamada de auxilio de los vecinos, de ir continuamente a su hogar, de ver siempre los mimos pasillos de concreto entre algunas hierbas que según la imaginación eran pasto, cursar de nuevo la puerta a la casa semivacía para saludar otra vez el foco deprimido que me recordaba sin miramientos el lugar en donde estaba, buscar refugio o inspiración en las paredes amarillas y sucias, embarradas de olvido y tristeza, investigar si aún existía al menos un poco de esperanza en aquel refrigerador desconectado o en la estufa decorada por cochambre antaño, y de sentarme, como siempre, desde hacía ya varios meses en la alfombra pegajosa o en los cartones polvosos, de gritar, susurrar o decir simplemente algunas palabras de aliento, satisfacción o enojo para que fuera recapacitado. E incluso, en ocasiones tener que colarme entre las ventanas y forzar las puertas. Porque nunca me dejaba comenzar lo que siempre había deseado hacer porque esto ya tomaba cada vez más tiempo, más ideas y pensamientos cada vez más profundos, meditados y fundamentados, sólo para pedir de favor siguiera con su vergonzosa vida, para que siguiera en pleitos y riñas sin sentido, en la inmundicia de la existencia que tenía. Y si había suerte lograba disuadirlo de que las cosas podrían ser mejores, sólo era cuestión de que él así lo deseara y que en verdad hiciera un esfuerzo por tener lo que había perdido y mucho más. Hasta hubo momentos en que salía de la casa feliz por haberle convencido de no cortarse las venas o de no colgarse del techo de las escaleras, asfixiarse con el gas o ingerir tantas pastillas. Feliz de verlo con la  mirada distinta y el rostro convencido y pleno, tranquilo pero firme en seguir adelante. Yo sabía que él podía ser mejor, que podía ser más de lo que él mismo prospectaba, incluso hasta ser mejor que yo. A veces pensar que se hizo el bien convence a la felicidad sea o no cierto.
La misma historia se repetía una y otra y otra vez, era un círculo vicioso, o un espiral de complicaciones, por más que pareciera satisfactoria y definitiva mi acción, por más retórica y filosofía introdujera a mis sermones, por más verdades y memorias reclamara en aquellos momentos siempre continuaba sobre el mismo sendero de finales inciertos.
                El lunes siguiente todo parecía ser definitivo, ya había pasado poco más de lo común y nada de llamadas necesitadas, tiempo libre para salir con mi pareja, y después, haría aquello que siempre había deseado hacer. Salimos al cine, y tranquilo todo hasta aquel momento, el celular parecía comprender mi momento y no pedía mi atención. En la comida ni siquiera los cubiertos, las pláticas ajenas, la televisión, la comida misma, el edificio o el mesero lograron hacer que me distrajera de la plática, de las risas y carcajadas, de las caricias, susurros y cursilerías empalagosas que en aquel momento disfrutaba, todo ese tiempo fluía con la misma dulzura y aburrida velocidad que la miel o la mermelada. Nuevamente me relejaba en sus sublimes y desafiantes ojos de paciencia inocente. Y concluimos la noche de con pasión reflejada en espejos por algunos pesos muy bien invertidos, contorneando su figura a contraluz, recorriendo sus carreteras con mis miradas, compartiendo la saliva y el sabor a la cena mexicana sazonada con cebolla, acariciando sus cabellos de deseo, maximizando sus pupilas al compás de las palabras, tensando los músculos para exprimir hasta la última de las emociones, concluyendo relajados en cálidas mareas de las cobijas. Una noche perfecta de pareja y más aún sin saber nada más de él.
                Al día siguiente de nuevo continuó todo sin más noticias sobre él, llegué a mi casa y las agujas generosas del reloj me regalaban poco más de una hora con respecto a lo planeado, pero a la preocupación sólo le tomó segundo hospedase en mis ideas,  y recordarme que tengo un amigo con ideal suicida, con intentos fallidos. Tomé el teléfono y marqué directo a su casa, algo verdaderamente estúpido. Sabía que tenía meses sin pagar la línea. Así que tomé de nuevo el carro y haciendo uso de mi hora de excedencia tomé la ruta que debía haber recorrido la llamada de teléfono. Ya era de madrugada y había gastado quince minutos de mi hora obsequiada, toqué la puerta por cinco minutos y terminé con un grito a su ventana, en vista de que nadie se asomaba, me aventuré por la ventana amiga que ya sabía qué hacer, cuantos grados girar para dejarme pasar, aventé la puerta destruida por antiguas acciones y lo hallé al lado del reflejo que al parecer pintaba una botella, cubierto por las sombras que esculpían las cortinas, entre la penumbra, inmóvil, sobre la cama, aún vestido y descobijado, escurrido por el borde arrugado que resguardaba su almohada. Me armé de valor, pues al parecer había pasado aquello que había evitado hasta el fastidio, con energía y la garganta inmutada, le di un golpe para ver si mis ideas eran falsas. Como queriendo destruir las emociones del momento, buscando la negativa a lo que mis ojos y mi mente opinaban. Afortunadamente el impacto sólo causó su enojo por despertarle, un sermón de media hora que entonces él me dio sobre su entendimiento y convicción sobre la vida y alegría por poder hacer lo que siempre había soñado, ya estaba convencido detener el talento para ser pintor, que sabía por fin que ya no se trata más de llantos y decepciones,  que podía ahora expresarse mejor con los pinceles y me mostró algo que en su inicio parecía ser bueno. Eso me calmó y lo mejor de todo… No se había terminado la hora extra en mi itinerario. Salí de su casa con una sonrisa como la que tenía en su puntura, a la cual había dedicado al parecer más de un día sin dormir. Incluso el ambiente era alegre, había mucha luz de sol, calor veraniego, y cantos de aves, y lo mejor de todo aún me quedaba tiempo para lo que tanto había querido hacer.
                Llegué al carro, me recosté sobre el asiento, tomé un cigarro y lo fumé, disfrutando como mis ideas y alegría del momento se subían hacia el cielo agarradas del humo de tabaco, mi respiración era tranquila, plácida, satisfecha… Recuperaba al amigo que hacía algunos años había perdido, aquel día era perfecto, justo para hacer aquello que siempre pensé hacer, después de que el cigarro terminó, miré la guantera, imaginé los segundos o minutos por venir y me decidí. Ahora me dispongo a sacar la pistola y terminar el día con el refrescante frío de una bala en mi cabeza. 

sábado, 16 de enero de 2010

Ruta de omisión




Esa noche ya era tarde y como todos aquellos días regresaba del trabajo, hacía frío, la chamarra era pesada y el cansancio no ayudaba a continuar con el camino. Todo seguía siendo como de costumbre. Incluso encontrarme con ella en el último camión de la madrugada, la joven veinteañera que lucía diariamente cada uno de sus tan adorables detalles, la persona de la cual estaba enamorado, la que me saludaba siempre con sonrisas conocidas que le servían para evitar amablemente más de mis miradas. Y mis palabras se quedaban una vez más esperando despegar desde mi boca. Mientras mi cobardía apresaba cualquiera de mis ideas y acciones. Únicamente había logrado comunicarme con ella en dos ocasiones, una de esas fue por iniciativa femenina, pidiendo que de favor le pasara su llavero y la otra cuando le pedí que le diera al chofer los cinco pesos que me faltaban por pagar. Sabía varias cosas sobre su vida. Sabia cual era su horario de trabajo, su salario aproximado, sus posibles colores favoritos, que le gustaba cenar siempre unas barras de avena y algo yogurt en el camino a su casa, que leía novelas a medias, la colonia donde vivía y que era soltera.
Aquella vez hubo un pequeño cambio en la ruta a causa de las obras en la ciudad y el trayecto se alargaría, entonces surgió de mi imaginación la ilusión de la misma iniciativa femenina, junto con nuevas oportunidades de conocerla. Así fue como una buena y larga charla comenzó, en mi cabeza, cuando miraba como ella se quedaba dormida, a la par que admiraba el vaivén de sus cabellos y sus labios remojados.
Despertó justo donde yo bajaba, apresurada tomó sus cosas, salió deseando que algún taxi le hiciera la parada y la dejara en su casa. Pero a esa hora no encontró ni el taxi ni quién le inspirara confianza, sólo apareció una mano que empuñaba aquel brillo afilada que le atacó por sorpresa, y arrebató la bolsa con tres billetes de cincuenta y cuatro monedas de un peso. Yo quise seguirle para hacer pagar el delito, o cuando menos ayudar llevándola a algún médico, pero el frío, el trabajo y el cansancio prefirieron que siguiera mi camino.

jueves, 7 de enero de 2010

Apuntes de un amor fallido

Lo recuerdo bien, Pasaba el año de 1983 cuando yo era veintiséis años menor y no pensaba como lo hago hoy. Cuando yo soñaba en ella y los fines de semana únicamente esperaba los lunes para poder verla de nuevo, con sus coletas prefectas, su sonrisa tranquila y coqueta, su mirada alegre y su silencio que invitaba cada a amarla día más que el anterior. Cuando pasaba horas mirándola de frente y sin parpadear, sin poner atención a la clase, porque ni el pizarrón, ni la libreta, ni las hojas, ni los colores o la plastilina tenían el don de petrificar mis miradas como lo hacía ella. La que ocasionaba que perdiera en los juegos del recreo y recibiera balonazos en la cabeza y recibiera golizas increíbles, culpable de cientos de mis derrotas infantiles.
                Así pasé noches enteras pensando en ella, imaginándola caminar por pastizales y arboledas a inicios de primavera, con el fondo verde y azul, paso a paso por la vereda y volteando la mirada hacia mí, con su vestido blanco que nunca le vi puesto pero sé que le lucía muy bien y cargando la sobrilla con holanes para cubrirse la piel sensible, tan delicada como una flor y tan bella como sólo ella misma podía serlo. Se convirtió en musa de cartas tímidas que no serian entregadas a casusa de planes utópicamente astutos, con letras de colores que albergarían pésima ortografía y dibujos desproporcionados que expresaban la inocencia de un amor platónico e infantil. Momentos que en sueños serían el comienzo de un amor y el final de mi desesperación.
                Así fue como aquel día lleno de locura y un sentimiento que no se porque me dio, me llené de valor y tomé las cartas de mi mochila junto con la paleta que tenía en mi lonchera, y me decidí a entrar al salón, firme y sin miramientos con las ideas fijas y concentrado en mi objetivo. Que ella supiera lo mucho que la amé. Pero fue mayor la sorpresa de que ella ya no estaba más en aquel escritorio, ni frente al pizarrón, ni entre las bancas, ella estaba según me contaron después en su luna de miel, con el hombre que se me adelantó sólo por diecisiete años al nacer y dos años en declarar su amor.

miércoles, 6 de enero de 2010

Último Intento


Dejame enseñarte mi camino, llevarte de la mano, paso a paso dejando 
hueya sobre el sendero, con el rumbo marcado hacia donde dicta el 
horizonte. Deja que las pieles se se acaricien, que pasen lenta y 
sutilmente por sus brechas, que poco a poco se encuentren y 
conquisten, que los cuerpos se cojugen y las almas se fusionen, que 
los sentimientos se materialicen y que las vidas se compartan, que mis 
dedos se fundan en el calor de tu cuerpo. Que el tú y el yo no sea 
cuestión de dos, sino de los dos. Permite que seamos huespedes perenes 
de nuestras mentes.
     Da espacio a los labios para que colicionen en sinfines de 
sensaciones, que mis ideas trabajen buscando caminos a tu ilusión, que 
tus cabellos sean selva de pasiones y tu cuello pasaje de verdadas 
emociones. Que la saliva sea mar de sueños y tu lengua puerto de 
anhelos. Recibe acciones que hagan estallar tus pupilas en mil colores 
y relajen todo tu cuerpo sobre flores. Da paso a mis talentos y 
virtudes, disfruta el arte del querer, que esa dará pauta a tu 
felicidad. Atiende las palabras, escucha las caricias y respira las 
acciones. Porque en ellas está la verdad que es razón y hecho 
absoluto. Aprovecha el cariño de este loco inoportuno, estudiante de 
tu ser y fiel creyente del futuro.
     Acepta que te haga vivir el presente, que sea maestro y aprendiz 
de tu mirada, explorador cautivo de tu mirada, ermitaño que habite en 
tu cuerpo, conocedor absoluto de tu vientre y morador perpetuo de tu 
pecho, ser el viento que respires para vivir en tu presente.
Busca estar dentro del hoy para sentir, querer, mirar, gozar y 
disfrutar, para vivir... El hoy es el rastro de lo que el mañana lleva 
adelantado.