domingo, 28 de febrero de 2010

Torre de control

Cuatro cuarenta y cinco de la mañana, interrumpieron el  sueño de algo bello, inimaginable, en la playa con su cielo, su arena y las olas, la puesta de sol y el sonido de las aves. Tomó sus cosas, y con coraje se dirigió a la regadera, tras una ducha rápida se vistió, usó su traje limpio y bien planchado para presentarse reluciente en su junta de negocios, tomó la maleta que había preparado la noche anterior, verificó que los archivos estuvieran correctos y que la laptop tuviera batería llena, la metió al maletín y confirmó que el taxi viniera en camino. Se sirvió un poco café descafeinado y bien caliente en la tasa verde seco, recordó que tenía que checar las noticias, volvió a sacar la computadora del maletín y la encendió para revisarlas desde internet, y de paso checar el clima. Abrió la página de su periódico de confianza, y del lado derecho notó el mismo paisaje de su sueño, las misma puesta de sol, con las mimas nubes sangrantes, todo por sólo la mitad de lo que ganaba en el mes. Eso le pareció algo muy raro, pero totalmente explicable, lo más seguro era que fuera un dejabú, y seguramente, también, sólo había vinculado el paisaje de playa con el de su sueño, pero le llamó la atención y estaba a muy buen precio. El viaje incluía un acompañante, obviamente su mujer. Se terminó el café y la dona de chocolate, mientras esperaba el claxon del taxi, buscón un poco más de información sobre ese viaje. Revisó las finanzas en su tarjeta de crédito y vio factible la oportunidad de salir por cinco días y cuatro noches, incluía transporte aeropuerto-hotel, hotel-aeropuerto, las comidas y demás gastos quedaban de su parte. Pero aún así era algo muy real y posible realizar el viaje, sólo tenía que estar de acuerdo su esposa, aparte, se acercaba su aniversario y esta era una buena oportunidad para celebrarlo. Pasó de rápido al baño para no tener prisas o inconvenientes en el camino. A final de cuentas, antes de guardar la computadora de nuevo, compró el viaje, sería una grata sorpresa para su esposa y algo muy bien merecido para ambos, algo que disfrutarían después de dos años de vivir como pareja.
                El viaje ya comprado sería en dos semanas, estarían sólo él y su esposa en aquel paraíso.
                Recordó que le faltaba su pluma y fue por ella al buró, de paso le dio un beso a su esposa en la frente, algo simbólico de despedida, no la vería por tres días. Y en seguida sonó el timbre de la casa, para avisarle que saliera, ya había llegado el taxi. Bajó las escaleras lo más rápido que pudo y se subió al carro corriendo, se le había hecho algo tarde y podría perder el vuelo. Ya dentro del carro le pidió al taxista ir rápido porque tenía el tiempo medido con exactitud. Se acomodó en el sillón y cerró los ojos, notó como de nuevo estaña en la playa, ahora tomando un cerveza fría con Amelia a su lado, y al acabarse la cerveza regresó al hotel, entró a la recepción de paredes blancas, con el cuadro muy al estilo de Kandinsky en la pared de la recepción, entre los relojes que daban las horas de Nueva York, Habana,  Brasilia, Londres, Madrid, Roma, Paris, El Cairo, Dubái, Beijing, Tokio, Buenos Aires, Los Ángeles, Toronto y Ciudad de México, y aquel señor amable de recepcionista con sus lentes y su uniforme blanco, impecable y luminoso. Fue al bar y vio a un amigo de la primaria como barman, algo extraño para él, pero al fin y al cabo era un sueño. Pidió una cuba libre y subió a su cuarto por el elevador de paredes metálicas y opacas, con los focos blancos en el techo y el espejo al fondo, don se reflejaba él con su camisa blanca desabotonada a medias y su pantalón holgado. Y abrió la puerta del cuarto al mismo tiempo que el taxista abría la del carro amarillo, para despertarlo y pedir el dinero, ya después le desearía suerte y le daría las gracias. En ese momento lo importante era el dinero. Los treinta y cuatro minutos manejando sólo, sin conversación y oyendo el radio de la compañía bien lo merecían.
                Puso el primer pie sobre el pavimento y todavía quedaba aquel olor a limón fresco que tenía el cuarto. Cuando le pegó el viento en la cara le hizo sentir como si tuviera un aire acondicionado justo frente a él, tal y como cuando entraba al cuarto de del hotel. Tomó su maleta y el maletín de la computadora, sacó el boleto de avión y fue directo al check-in, después sólo fue a esperar el abordaje. En las sala de espera sólo se hablaba cosas que él no entendía o no le interesaban, miró hacia todos lados no vio a nadie agradable para hacer la plática. Lo más coherente era recuperar algo de sueño. Puso la maleta detrás de sus piernas y abrazó su maletín, se acomodó y se puso a dormir. Ya dentro del cuarto, oliendo a limón encendió la tele y se puso a ver los trípticos de las agencias de viajes que ofertaban lo mismo de siempre más las atracciones propias del lugar. El optó por llamar a una de ellas y pedir el precio de algo local. Le contestó una bocina que anunciaba el abordaje al avión. Tomó sus cosas y se subió al avión. Era justo y como había soñado la noche anterior, solo cambiaban algunos detalles y las personas, aunque algunas eran parecidas a las que él había imaginado la noche anterior. Tomó asiento y esperó a que llegara alguien para sentarse a su lago, pero como era día entre semana y el avión era algo grande nadie estaba junto a él. La mejor opción era dormir por las siguientes tres horas y media que prometieron duraba el camino. Después del soliloquio de seguridad en el avión y recomendaciones en caso de accidente sólo reclinó el asiento y cerró los ojos, hasta el momento el sueño era algo placentero y continuo, pocas veces le pasaba eso.
                Ya acordado el precio del paseo, lugar y hora, bajó al lobby del hotel y preguntó por algo más que hacer, algo que tuviera el hotel o un lugar a donde ir. El recepcionista le recomendó jugar tenis o dar un paseo por el centro de la ciudad pasando por el malecón. Tomo la segunda opción y salió del hotel, dio un paseo a pie, miró las olas, los yates y barcos de cruceros enormes con miles de turistas como él. Del otro lado muchos edificios, de todas formas y colores, con arquitecturas clásicas y cuadradas hasta las caprichosas y estrafalarias. Tiendas de suvenires,  restaurantes, cafés, discotecas y demás. De todo para todos. Ya que llegó al centro pregunto por el mejor lugar para comer. Y le dijeron que sin duda era el restaurante que estaba justo frente al atrio de la iglesia. Le dijeron que pidiera un ángel a la plancha y un vaso de agua de horchata, ambas especialidades del lugar. Hizo caso y siguió por el camino que le marcaron, muy fácil de recordar. Ya que llegó al atrio de la iglesia, se quedó impactado, desde que miró el lugar y la arquitectura  del templo, que creaba cierto desconcierto de identidad religiosa, parecía algo Musulmán, con sus arcos tan estilizados, Católico por su campanario elevado, Protestante por su color blanco impecable, Hebreo con estrella de seis picos, Ortodoxo con sus cúpulas representativas y otros aspectos de varias iglesias que no reconoció, tanto estilo tan diferente combinado a la perfección. Pero lo importante era comer y no ver la iglesia, las tripas le rugían y no lo dejaban de molestar.
                Llegó al restaurante y pidió el ángel a la plancha y el agua de horchata, sabía exquisito. Sería un insulto compararlo con los cacahuates y la ensalada fría del avión. Después de la comida ya no pudo dormir, sólo miraba por la ventana como se reflejaba el sol en las nubes que se teñían de colores cálidos. Sentía la turbulencia del avión que de repente lo ponía de nervios, pero al cabo de un rato lograba sobrellevar, notaba como poco a poco subía el avión y con él la turbulencia. De pronto las alas del avión comenzaron a moverse muy extraño, subían y bajaban, como si el avión se convirtiera en un ave metálica y brillante, poco a poco se comenzaban a deformar y aumentaba al turbulencia, en las bocinas salió una voz tímida e insegura queriendo reflejar todo lo contrario.
-Damas y caballeros, en nombre del capitán, les pedimos de favor que se abrochen bien los cinturones, no se levanten de sus asientos a menos que sea de extrema urgencia. Por favor guarden la clama. No aseguramos un aterrizaje placentero pero haremos lo posible por algo seguro para ustedes.
Él sólo cerró los ojos e intentó imaginar de nuevo el sueño que había tenido, pero no funcionaba así, eso no era de desearse, era sólo algo que se daba. Después de algunos segundos comprendió eso y ya sin esperanzas sólo aflojó su cuerpo y dejó caer la lágrima desde la punta de su nariz. Exprimió las pestañas apretando bien los párpados y de nuevo, sin desearlo volvió a su sueño, saliendo de restaurante camino al hotel, ya de regreso, el recepcionista le dio la llave del cuarto y me dijo que todo estaba bien, la comida de bienvenida sería a las tres de la tarde en el restaurant del hotel, también le preguntó qué sino deseaba algo especial para dentro de dos semanas, algo especial para recibir a Amelia. 

domingo, 21 de febrero de 2010

Globo desinflado

Ahí está Gaby, así la llamaré porque en realidad no conozco su nombre, sólo por darla alguno y no tratarla con indiferencia como a todas las niñas como ella. Bueno, el punto es que ahí está acostada junto al semáforo como todas las mañana que la veo brincando, jugando o como ahora sólo aburrida o dormida, sin nada que hacer. Parece que nada más quiere ser alguien diferente. A veces trato de entrar en su cabeza, intento ser ella la niña de entre seis y ocho años que pide a veces dinero o que juega en el camellón, corriendo, riendo, gritando y manchándose (todavía más de lo que está) la ropa con el lodo, porque al fin, su ropa no es nueva, está llena de puntadas y hoyos deshilachados. Tan sucia como su carita, su cabello, como todo su cuerpo y tal vez hasta la conciencia o tal vez tanto como la mía.
Gaby es… creo que es una niña muy linda, se ve tan inocente y tan triste, con esos ojos cafés que se maquilla con tierra y polvo de la ciudad, que inspiran ternura por compasión, que sacan casi siempre dos pesos de mi bolsa y una sonrisa de mi cara. Qué decir de su cabello esas greñitas sucias, color café opaco, cubiertas de tierra, tiesas y descuidadas. De sus manitas que sostienen el vaso de plástico amarillo o sólo reciben las monedas que le doy por sufrimiento. Su boquita embarrada de baba con tierra y comida, que a veces todavía guarda migajas del bolillo duro de la mañana o sigue correada de coca cola. Sus cachetes marcados con rayas negras de sudor y mugre que se embarró cuando se “limpiaba” la humedad. Gaby siempre con su ropa remendada de pies a cabeza, o mejor dicho de pies a hombros, esos hombros flacos por falta de comida y ejercicio, esos hombros que no alcanzan a llenar el suéter tejido con estambres rojos y cafés, su barriga inflada y lombricienta, llena de parásitos y a veces comida barata o regalada, sus piernitas embarradas y salpicadas por los carros que pasan por los charcos de agua y aceite quemado, cubiertas por una faldita verde a cuadros, parte de un uniforme que lógicamente ella nunca utilizó para entrar a la escuela. Y sus piecitos que salen por los agujeros de los zapatos negros como queriendo turistear o estar al tanto de lo que ocurre acá arriba. Me imagino a veces que ella, mientras está acostada, imagina su futuro, como cualquier niño o niña a su edad, creo que se imagina bonita, limpia, con zapatos rojos y lujos, algunos lujos que para mí son algo de diario.
 Yo mientras tanto, soy un anciano de sesenta y dos años. Manejo mi carro negro reluciente con adornos cromados, faros de alta potencia y de un motor con montón de caballos de fuerza que nunca he usado completamente. Trabajo, si eso es en realidad trabajo, en mi oficina, con asiento de piel y escritorio de caoba. Si no tengo ganas de hacer algo simplemente cancelo citas y salgo a comer a alguno de los restaurantes de Masaryk, solamente me pongo a escribir babosadas como esta, por el puro gusto de hacer algo diferente. MI trabajo es tan fácil y bien remunerado que a veces me desespera. A veces necesito algo de emoción, algo de sabor en la vida. Así como ella a veces me imagino ser alguien más, alguien diferente, o me imagino cómo sería mi vida de no haber tomado la decisión de matar a Antonio. Tal vez él estaría sentado en esta silla y yo… no sé donde estaría. Qué buena fue esa decisión. Al fin y al cabo él se terminó lleno al paraíso, con su coca helada, comida chatarra y sabrosa, mujeres bellas y promiscuas por montones, su lugar apartado a la orilla de una playa de arena fina y blanca, con vista al océano color turquesa y final azul profundo, gozando de la brisa de las olas y un masaje sensual por manos extranjeras. Fue una decisión equitativa, de esa manera ahora los dos tenemos los mismos beneficios, sin quitar privilegios al otro, valla que fue un buen amigo. Nada más a un genio como él se le podía haber ocurrido asegurar la empresa y a un genio como yo matarlo, cobrar el seguro y después hacerme socio de la competencia. No tengo remordimiento, su familia está bien, viven como él vivió, y hacen esfuerzos para no ahogarse por la crisis, pero a siempre logran sobrellevarla.
Mi esposa, la refunfuñona y celosa de Carmen, como dicen, “es poco el amor y ella desperdiciándolo en celos”, no sé porque se enoja, si haga lo que haga yo voy a terminar engañándola con una jovencita veinteañera. Acepto que ella era una mujer, pero eso hace ya al menos treinta y cinco o cuarenta años, en esos tiempos ella si se movía bien y era agradable besarla y tenerla junto a mí, También era inteligente y astuta, tejió la red de mentiras perfecta para que no agarrara la policía cuando maté a Toño. Lo que hizo por amor no tiene precio, bueno si, sólo una vida perfectamente estable con viento en popa si hablamos de dinero. Ahora no es más que una chillona chantajista que no hace más que intimidarme con contar a la policía lo que pasó con Toño, pero siempre se calla cuando la amenazo con llevarla conmigo, directo a la cárcel, como pareja perfecta que somos.
Y regresando a lo que pasa con Gaby. No sé esa niña tiene un algo que me llama la atención, tal vez sea como la hija que nunca tuve, o como una nieta. Es tan bonita, tiene un ángel que de verdad me enternece. También creo a veces que me ve como su abuelo que le da su domingo cada que la ve. Siempre que se dirige al carro, ya sabe que le voy a dar sus dos pesos, aunque a veces le doy más de eso, me acuerdo que un día le di un billete de veinte pesos, a parte no lo merece.
-Qué bueno que no le di el de cien, eso me sacó de un apuro con la policía de tránsito. Bendita ciudad corrupta, aquí es fácil ser el rey. Nada más se necesita tener billetes en la bolsa, unas cuantas amenazas, carácter gruñón y saber intimidar.
Pero las cosas son diferentes con Gaby, con ella soy un viejito bueno, como los esos que a veces me imagino en los asilos, con sus bastones y comiendo sopita calientita, platicando con niños exploradores o jugando ajedrez. Algo así sería Toño.
Bueno ya dejaré de pensar en estupideces, Mejor sigo con Gaby: Seguramente hoy en la noche cuando se vaya a dormir soñará en ser la mujer de tacón rojo y falda pegada, con su carro propio, casa en algún lugar cualquiera, siempre y cuando tenga sus cuatro paredes y su puerta de madera, su cocina, una cama para seguir durmiendo, su espejo para arreglarse, maquillarse, verse bonita con sus cabellos color dorado artificial, sus brillitos en los párpados y en el pecho, sus uñas combinando con su ropa y con figuritas bien pintadas, sus labios carmesí, húmedos y cremosos, sus dientes limpios y bancos, artificiales, manejando por Masaryk, bajándose arrogante frente a cualquier restaurante para tratar asuntos de negocios. Porque ella no será cualquier mujer bonita, o al menos eso imagina. Trabajando sólo de diez y media u once a las seis de la mañana y con suerte hasta menos tiempo o siempre bajo previa cita, sólo es cosa de conseguir buenos clientes y que sean frecuentes, la fidelidad es lo de menos.
Esa Gaby… como la quiero a la condenada chamaca. En la última semana ya no he pensado en muchas más cosas que en ella que bien se sentiría tenerla en la casa, darle de comer y algo de educación, caminando en el pasillo entre mi cuarto y el baño, o bajar y verla desayunando sola en la mesa un plato de cereal o pan y leche. A veces pienso en decirle que se suba al carro y llevarla a darse un baño, que le arreglen ese cabello y le quiten los piojos y pulgas que seguro tiene, después comprarle ropa y zapatos para que tire esas porquerías que usa. Meterla una buena escuela y verla en el cuadro de honor, con su promedio perfecto, sus amigas y amigos ñoños o desmadrosos, esos  es lo de menos, pero tendría más amigos y de mejor posición económica. Saldría a comer a buenos restaurantes, jugaría y se divertiría en six flags cada ocho días, saldría ya más grande con algún chamaco que le daría una vida digna, llena de lujos de veras y no las estupideces que imagina.
Pero bueno no soy nadie para prohibirle que haga sus sueños realidad, mejor hay que fomentar sus sueños, ayudarla a ser la mejor de todas, que sea una de esas que marquen vidas, que marquen noches y cuellos con placer infinito, que sea una experta en lo que quiere hacer, le seguiré dando sus dos pesos diarios, ya después, le pagaré un poco más. Le daré algunos billetes por un rato a ella en vez de esta que ahora está a mi lado. Me tengo que ir preparando, sólo faltan unos cuantos  años para que le enseñe a trabajar, a ser bonita y a usar sus tacones rojos. Le voy a enseñar a mi manera, que sea perfecta y sólo para mí, en un inicio, ya después no me va a importar, ya sabrá cosas mejores. Ya se irá manejando sola hasta su casa para dormir en su cama soñando en haber sido una niña feliz, desayunando cereal o pan con leche, estudiando, estando en el cuadro de honor. 

sábado, 13 de febrero de 2010

Metrónomo




El reloj está sonando entre el silencio de la habitación, hace frio y estoy solo, necesito un poco de ti, y más aún cuando no puede dormir toda la noche, esta fecha se acercaba poco a poco como el remanso de las olas en la playa hacia un castillo de arena o un nombre escrito sobre entre los granos de la playa. Yo no hacía nada para hoy, porque a veces en serio me emocionaba y me decidía a hacer algo fenomenal, pero al final la espuma salada me hacía perder la esperanza de algo próspero. Ayer me recosté en la cama y pensé un poco en que podríamos hacer algo hoy, pero no fueron más que castillos de arena que se llevaría el mar al atardecer, como se llevó tu nombre esa última vez.
-Sólo pérdida de tiempo y de sueño, mejor tenía que dormir y reparar horas de sueño robadas entre semana.
Entonces sólo tomé la decisión de acostarme y dormir, me acerqué a la cama, pero le tenía miedo al frio de las sábanas y a quitarme la ropa, mejor me puse a escribir un poco, mientras se le ocurría algo a la pluma yo bajé por zucaritas y leche, me senté a escribir y comencé con unas letras, después un as cuantas palabras y enunciados, finalmente un montón de porquería cursi y sin sentido para hoy, al fin no te vería, ni hoy ni pasado mañana ni nunca más mientras tú estuvieras junto a él. Rompí las hojas y las aventé a donde pertenecían. Tomé una decisión y me cobijé porque no tenía caso pensar de nuevo en ti hasta nuevo aviso. Cerré los ojos y esperé a dormirme. Quince minutos después el zumbido conspirado de un mosco me despertó, un plato roto, unas cuantas despostilladas en la pared, algunos watts y hora con catorce minutos fueron la factura su velorio.
-Ese mosco tan fastidioso no me dejaba tomar en cuenta el momento y quería algo de atención para él. Otra buena pérdida de tiempo.
                Tomé de nuevo la iniciativa del sueño, pero el celular me contó una historia olvidada de amor fallido renaciendo en el mensaje de texto que recibí. “hi espero te acuedres de mi. Perdon zi te desperte”.
-Ja, una más de las que me recuerdan y entrar en melancolía, nadie que en verdad valga la pena. Es sólo perder el tiempo.
De nuevo a la cama, la almohada sobre la oreja y la cara mirando al espejo, los ojos a punto de cerrarse y ese mismo número me gritó desde mi celular.
-Pero ahí va el estúpido a contestar la llamada para perder más el tiempo.
De fondo unas risas de mujeres y nada más.
Después llegó otro mensaje: “Te veo en la statua del venado ke te gusta, en 10 minutos
-Más estúpido aún en responder con las acciones solicitadas. Lo que es querer perder el tiempo.
Me vestí de nuevo con la ropa que sentía húmeda, las pantuflas estorbosas y una chamarra para caminar cómodo, no le veía acaso al tomar el carro, pues la estatua estaba a unas cuantas cuadras y si ella quería verme esperaría al menos otros diez minutos. Caminé por la avenida, temblando, frotando mis manos y sintiendo como las piedritas y las piedras del camino tropezaban con mis pies.
-Sabía que era estúpido y peligroso exponerme así, sólo por gusto, pero era más estúpido perder el tiempo a las cuatro de la madrugada, cuando lo más seguro dentro de lo positivo, era encontrarme a una persona borracha y deseosa de algo que en realidad no me interesaba.
Cuando llegué sólo vi una silueta desconocida a contra luz, mirando el venado, tranquila y sólo con una bata cubriéndole. No sabía si acercarme o esperar un poco más haciendo pasos más pequeños y pausados. Al final opté por continuar con pasos comunes.
-Esto era algo sin ningún sentido en realidad y al mal paso darle prisa, más aún cuando pierdes el tiempo.
La miré mientras me daba la espalda, abstraída absolutamente por el reflejo opaco de la luna sobre la escultura, justo como me llamaba más la atención de la misma, justo como la había imaginado todas las tardes desde la infancia. La tomé del hombro, pero no volteó, cosa que sinceramente me espantó, entonces me tuve que mover para verle la cara, interponiéndome en el camino de la luz azul y opaca que reenviaba la pata del venado. La miré y me sorprendí más aun al notar que no tenía cerrada la bata, pero sutil y delicadamente cubría detalles del cuerpo, como dejando todo a la imaginación. Le miré a la cara y fue el colmo absoluto, no era nadie que yo esperara encontrar, era alguien que no quiero mencionar…
-En efecto, fue una pérdida de tiempo, no sé qué fue aquello que me impulsó a hacer eso, sólo sé que ahora ya no lo dejo de pensar, de estar tentado, de desafiar y vivir con esperanzas inciertas.
Y eso fue todo, sólo mirar ese rostro que me hace negar con la cabeza y una sonrisa mientras me chupo el labio inferior. Regresé a mi casa, pensando en esa escena sin palabras, en ese rostro al que en algún momento debía haberle dicho algo. Porque esas es la razón por la cual ahora no estoy viendo, por mi jodido miedo al futuro y a la sinceridad dejé perder lo que ahora busco desesperado.
Llegué a la casa, me quieté las pantuflas sucias de lodo y charcos, dejé el celular en el buró y me recosté por los únicos veinte minutos que logré dormir.
Desperté y busqué el cadáver del mosco para tirarlo a la basura, pero no lo encontré, el celular estaba tirado a mitad del pasillo, con llamadas perdidas y mensajes desde él mismo y las pantuflas guardadas y limpias dentro del closet. Y tu cara seguía tan nítida y deseable como cuando mirabas al venado en la madrugada iluminada por el azul opaco.
Ahora sólo me pregunto qué harás hoy, mientras hoy estoy sentado oyendo el tic tac del reloj que me recuerda en cada golpe que no estoy junto a ti. 

domingo, 7 de febrero de 2010

Vacaciones celestes.

Ahora es en terapia intensiva, son las doce y cuarto de la madrugada, y no es aquella bella pero espeluznante silueta. Ahora es como ayer y hace rato es la escultura de estilo clásico, presumiblemente de bronce con figura de mino tauro con los brazos cruzados y magnos cuernos. Pero aunque tenga cuernos no me da miedo al contrario me agrada, no me parece diabólico, es alto y continúa saliendo, choca con el techo y hace un circulo en el mismo, se abre una ventana que muestra una fiel imagen de la Tierra, me adentro en la imagen y siento que, de pronto estoy parado en un paraíso terrenal que conozco como Mazatlán, gente en traje de baño, multitudes, todos felices y yo platicando. Yo sentado con mis amigos pero no cosco, una de las chavas que está en la mesa se para y se aleja, sube las escaleras que se encuentran a mi izquierda y se tropieza, en segundos varias personas están a su alrededor, todas ayudándola. Gente muy amable y atenta sin duda alguna, y noto la belleza y sencillez del lugar, pisos de piedra y pequeños muros que delimitan los pasillos, como era en la preparatoria, el mismo concepto arquitectónico pero aquí con un toque tropical y sublime. Tomo de mi vaso y es delicioso, la mejor bebida de mi vida, es un jugo delicioso, y sin alcohol.
Después de un cómodo y ameno rato de plática me levanto de la mesa y me dispongo a conocer el lugar, veo en los pasillos a un profesor de la universidad conversando y riendo con jóvenes. Yo sigo mi marcha de reconocimiento, vaya, un peñasco en el que chocan las olas, un vista celestial desde aquí, que mar tan hermoso, tranquilo pero con carácter. Impacta pero no atemoriza,  tan lejano y a la vez cercano, las rocas del peñasco en un tomo amarillo natural combinando a la perfección con el azul profundo del mar y dotando de la melodiosa espuma que crea acústica con las paredes encontradas del peñasco, melodías naturales que relajan, encuentro una amiga y bajo con ella cerca de la espuma atreves de una escalinata de madera y lazo, todo es tan natural que parece no serlo. Bajamos el último escalón y tocamos la pista de baile, es el mejor lugar que he visto, desde aquí se oye mejor chocar de las olas acompañado de música, al igual que arriba la vista es magna y absorbe todos los sentidos. Otro buen rato para socializar, bailamos, platicamos y reímos, subo las escaleras que aunque largas y continuas no cansan, miro el cielo y es azul, no gris como en la ciudad, las nubes son blancas y no como blancas, el viento refresca y no enferma, el sol calienta y no quema, la gente tiene apariencia sana por primara vez, no hay persona alguna con figura demacrada, todos tiene sonrisas, todos están en movimiento y no hay alguien viento el problema en el vacío.
Un instante después y sobre mi está el tirol blanco, detrás de mí la virgen de Guadalupe, a mi izquierda un vacio y a mi derecha el mueble blanco de medicinas, donde la enfermera de cuerpo regordete y cabello al estilo militar está parada. No es de día, sino de noche, el reloj marca las dos de la mañana con treinta minutos aproximadamente. Recuerdo la imagen de la Tierra que estaba en el techo y noto que en realidad no era la Tierra, el lugar donde estuve no es Mazatlán, la gente con la que estuve no es ni siquiera conocida, cierro los ojos para recuperar el sueño y me es imposible. Después de varios intentos me doy cuenta que el reloj marca las dos y media de la mañana y mi padre sigue sin llegar.