Cuatro cuarenta y cinco de la mañana, interrumpieron el sueño de algo bello, inimaginable, en la playa con su cielo, su arena y las olas, la puesta de sol y el sonido de las aves. Tomó sus cosas, y con coraje se dirigió a la regadera, tras una ducha rápida se vistió, usó su traje limpio y bien planchado para presentarse reluciente en su junta de negocios, tomó la maleta que había preparado la noche anterior, verificó que los archivos estuvieran correctos y que la laptop tuviera batería llena, la metió al maletín y confirmó que el taxi viniera en camino. Se sirvió un poco café descafeinado y bien caliente en la tasa verde seco, recordó que tenía que checar las noticias, volvió a sacar la computadora del maletín y la encendió para revisarlas desde internet, y de paso checar el clima. Abrió la página de su periódico de confianza, y del lado derecho notó el mismo paisaje de su sueño, las misma puesta de sol, con las mimas nubes sangrantes, todo por sólo la mitad de lo que ganaba en el mes. Eso le pareció algo muy raro, pero totalmente explicable, lo más seguro era que fuera un dejabú, y seguramente, también, sólo había vinculado el paisaje de playa con el de su sueño, pero le llamó la atención y estaba a muy buen precio. El viaje incluía un acompañante, obviamente su mujer. Se terminó el café y la dona de chocolate, mientras esperaba el claxon del taxi, buscón un poco más de información sobre ese viaje. Revisó las finanzas en su tarjeta de crédito y vio factible la oportunidad de salir por cinco días y cuatro noches, incluía transporte aeropuerto-hotel, hotel-aeropuerto, las comidas y demás gastos quedaban de su parte. Pero aún así era algo muy real y posible realizar el viaje, sólo tenía que estar de acuerdo su esposa, aparte, se acercaba su aniversario y esta era una buena oportunidad para celebrarlo. Pasó de rápido al baño para no tener prisas o inconvenientes en el camino. A final de cuentas, antes de guardar la computadora de nuevo, compró el viaje, sería una grata sorpresa para su esposa y algo muy bien merecido para ambos, algo que disfrutarían después de dos años de vivir como pareja.
El viaje ya comprado sería en dos semanas, estarían sólo él y su esposa en aquel paraíso.
Recordó que le faltaba su pluma y fue por ella al buró, de paso le dio un beso a su esposa en la frente, algo simbólico de despedida, no la vería por tres días. Y en seguida sonó el timbre de la casa, para avisarle que saliera, ya había llegado el taxi. Bajó las escaleras lo más rápido que pudo y se subió al carro corriendo, se le había hecho algo tarde y podría perder el vuelo. Ya dentro del carro le pidió al taxista ir rápido porque tenía el tiempo medido con exactitud. Se acomodó en el sillón y cerró los ojos, notó como de nuevo estaña en la playa, ahora tomando un cerveza fría con Amelia a su lado, y al acabarse la cerveza regresó al hotel, entró a la recepción de paredes blancas, con el cuadro muy al estilo de Kandinsky en la pared de la recepción, entre los relojes que daban las horas de Nueva York, Habana, Brasilia, Londres, Madrid, Roma, Paris, El Cairo, Dubái, Beijing, Tokio, Buenos Aires, Los Ángeles, Toronto y Ciudad de México, y aquel señor amable de recepcionista con sus lentes y su uniforme blanco, impecable y luminoso. Fue al bar y vio a un amigo de la primaria como barman, algo extraño para él, pero al fin y al cabo era un sueño. Pidió una cuba libre y subió a su cuarto por el elevador de paredes metálicas y opacas, con los focos blancos en el techo y el espejo al fondo, don se reflejaba él con su camisa blanca desabotonada a medias y su pantalón holgado. Y abrió la puerta del cuarto al mismo tiempo que el taxista abría la del carro amarillo, para despertarlo y pedir el dinero, ya después le desearía suerte y le daría las gracias. En ese momento lo importante era el dinero. Los treinta y cuatro minutos manejando sólo, sin conversación y oyendo el radio de la compañía bien lo merecían.
Puso el primer pie sobre el pavimento y todavía quedaba aquel olor a limón fresco que tenía el cuarto. Cuando le pegó el viento en la cara le hizo sentir como si tuviera un aire acondicionado justo frente a él, tal y como cuando entraba al cuarto de del hotel. Tomó su maleta y el maletín de la computadora, sacó el boleto de avión y fue directo al check-in, después sólo fue a esperar el abordaje. En las sala de espera sólo se hablaba cosas que él no entendía o no le interesaban, miró hacia todos lados no vio a nadie agradable para hacer la plática. Lo más coherente era recuperar algo de sueño. Puso la maleta detrás de sus piernas y abrazó su maletín, se acomodó y se puso a dormir. Ya dentro del cuarto, oliendo a limón encendió la tele y se puso a ver los trípticos de las agencias de viajes que ofertaban lo mismo de siempre más las atracciones propias del lugar. El optó por llamar a una de ellas y pedir el precio de algo local. Le contestó una bocina que anunciaba el abordaje al avión. Tomó sus cosas y se subió al avión. Era justo y como había soñado la noche anterior, solo cambiaban algunos detalles y las personas, aunque algunas eran parecidas a las que él había imaginado la noche anterior. Tomó asiento y esperó a que llegara alguien para sentarse a su lago, pero como era día entre semana y el avión era algo grande nadie estaba junto a él. La mejor opción era dormir por las siguientes tres horas y media que prometieron duraba el camino. Después del soliloquio de seguridad en el avión y recomendaciones en caso de accidente sólo reclinó el asiento y cerró los ojos, hasta el momento el sueño era algo placentero y continuo, pocas veces le pasaba eso.
Ya acordado el precio del paseo, lugar y hora, bajó al lobby del hotel y preguntó por algo más que hacer, algo que tuviera el hotel o un lugar a donde ir. El recepcionista le recomendó jugar tenis o dar un paseo por el centro de la ciudad pasando por el malecón. Tomo la segunda opción y salió del hotel, dio un paseo a pie, miró las olas, los yates y barcos de cruceros enormes con miles de turistas como él. Del otro lado muchos edificios, de todas formas y colores, con arquitecturas clásicas y cuadradas hasta las caprichosas y estrafalarias. Tiendas de suvenires, restaurantes, cafés, discotecas y demás. De todo para todos. Ya que llegó al centro pregunto por el mejor lugar para comer. Y le dijeron que sin duda era el restaurante que estaba justo frente al atrio de la iglesia. Le dijeron que pidiera un ángel a la plancha y un vaso de agua de horchata, ambas especialidades del lugar. Hizo caso y siguió por el camino que le marcaron, muy fácil de recordar. Ya que llegó al atrio de la iglesia, se quedó impactado, desde que miró el lugar y la arquitectura del templo, que creaba cierto desconcierto de identidad religiosa, parecía algo Musulmán, con sus arcos tan estilizados, Católico por su campanario elevado, Protestante por su color blanco impecable, Hebreo con estrella de seis picos, Ortodoxo con sus cúpulas representativas y otros aspectos de varias iglesias que no reconoció, tanto estilo tan diferente combinado a la perfección. Pero lo importante era comer y no ver la iglesia, las tripas le rugían y no lo dejaban de molestar.
Llegó al restaurante y pidió el ángel a la plancha y el agua de horchata, sabía exquisito. Sería un insulto compararlo con los cacahuates y la ensalada fría del avión. Después de la comida ya no pudo dormir, sólo miraba por la ventana como se reflejaba el sol en las nubes que se teñían de colores cálidos. Sentía la turbulencia del avión que de repente lo ponía de nervios, pero al cabo de un rato lograba sobrellevar, notaba como poco a poco subía el avión y con él la turbulencia. De pronto las alas del avión comenzaron a moverse muy extraño, subían y bajaban, como si el avión se convirtiera en un ave metálica y brillante, poco a poco se comenzaban a deformar y aumentaba al turbulencia, en las bocinas salió una voz tímida e insegura queriendo reflejar todo lo contrario.
-Damas y caballeros, en nombre del capitán, les pedimos de favor que se abrochen bien los cinturones, no se levanten de sus asientos a menos que sea de extrema urgencia. Por favor guarden la clama. No aseguramos un aterrizaje placentero pero haremos lo posible por algo seguro para ustedes.
Él sólo cerró los ojos e intentó imaginar de nuevo el sueño que había tenido, pero no funcionaba así, eso no era de desearse, era sólo algo que se daba. Después de algunos segundos comprendió eso y ya sin esperanzas sólo aflojó su cuerpo y dejó caer la lágrima desde la punta de su nariz. Exprimió las pestañas apretando bien los párpados y de nuevo, sin desearlo volvió a su sueño, saliendo de restaurante camino al hotel, ya de regreso, el recepcionista le dio la llave del cuarto y me dijo que todo estaba bien, la comida de bienvenida sería a las tres de la tarde en el restaurant del hotel, también le preguntó qué sino deseaba algo especial para dentro de dos semanas, algo especial para recibir a Amelia.