viernes, 20 de agosto de 2010

La muerte suele ser algo cursi

La muerte suele ser algo cursi, más aún cuando es la mejor de las técnicas para poder enamorar, cuando el decir: “estoy desahuciado” produce un sentimiento de compasión placentera.
Cuando uno está a punto de morir siempre tiene un buen tema de conversación y sus palabras, sean o no reflexionadas, son tomadas como mandamientos bíblicos. Porque la gente cree que siempre sabe más de la vida quien está a punto de perderla. Porque el decir: “Me muero en dos meses” es prácticamente decir: “Tengo dos meses de sabiduría divina” Aprendí que con esas palabras siempre era centro de atención y cualquier mujer acepta estar entre mis brazos. Eso lo aprendí justo hace más o menos quince meses. Catorce meses y veinticuatro días, para ser exactos. Cuando me dijeron que ya me quedaba aproximadamente un año de vida.
Entonces mis ilusiones se fueron al carajo y ya nada valía la pena. Todos mis planes contemplaban más de estos jodios quince meses para poder cumplir mis metas. Hubo que hacer cambio de planes y virar ciento ochenta grados. Ahora no se trataba de ser bueno y piadoso. La religión, los principios, valores y la poca o mucha ética que tuviera valían menos que un beso de feria. Noté que no tenía caso seguir con el camino del dichosos “bien”. No tenía caso todo lo que había ahorrado. A parte, ni siquiera tenía a quien heredar. Entonces tomé una buena decisión:  El punto es ocupar mi farsa de profeta de vida y sabio de experiencia. Hacer valer mi tristeza en pro de mi placer.
Inicié a platicar con la gente usando una voz sinceramente quebradiza y movimientos trémulos que en realidad sucedían, pero poco a poco fui aprendiendo a valerme de ellos, los fui perfeccionando y al cabo de menos de un año supe exactamente cómo actuar con cada tipo de personalidad. Hasta quienes aparentemente no caían en el juego del moribundo decaído terminaban por actuar como yo deseaba. Las cosas se fueron haciendo cada vez más sencillas. Al principio tenía con un promedio de una conquista por cada tres derrotas. Pero con algo de práctica y correcciones en mis argumentos deprimentes llegué a marcar hasta tres o cuatro mujeres por evento al que asistía. Siempre las víctimas tienen más oportunidades de ser victoriosas, sólo es cuestión de perder el miedo. Al fin y al cabo no me queda nada por vivir. O mejor dicho, todo lo contrario. Lo mejor está por vivirse, porque… “de lo bueno, poco.”
Después llegaste tú, y la vida, lo poco que me queda de ella, cambió por completo. En estos menos de quince días que llevo de conocerte me has enseñado que la vida es algo muy diferente a lo que todos creen. Me lo dijiste con ese brillo que vibraba en tus ojos mientras mirabas al vacío en la sala de espera.  Cuando sentada y sin moverte te acercaste a mí con tu alma pura y casta, con tu aroma tímido. Así tomé la iniciativa y comencé con mis argumentos de tristeza y depresión. Así seguro aceptarías salir conmigo. Y así fue.
Las primeras veces fue algo extraño. Las cosas no salían exactamente como lo pensaba, mis argumentos grises y húmedos siempre se destruían con la luz de tu sonrisa. El sol de tu mirada terminaba dando color a mis ideas y secando mis lágrimas ensayadas. Cuando todo esto empezó me enojaba, porque las situaciones no se prestaban a lo que buscaba, nunca hemos llegado a la cama o siquiera a estar recostados sobre un sillón. Tú experticia supera por mucho a la mía, das clases de evasión sensual a la seducción.
Después entendí que lo que tú buscas y has conseguido es amor sincero. Comprensión y empatía al por mayor. Para cualquier cosa busco estar contigo, compartir contigo y hacer contigo. Contigo. Contigo todo suele ser mucho más fácil, mucho más divertido. Contigo la vida no es cuestión de tiempo, sólo es cuestión de vida. Tu sonrisa pasó de ser motivo de enojo a motivo de alegría… Como quisiera que mi vida durara más de lo esperado para poder pasar más tiempo juntos.
Llegué al médico con la misma idea que tenía desde hace ya bastante tiempo. Sólo esperando un cálculo más preciso de mi fecha. Del día en que moriré. Pero las cosas no fueron así. El doctor dijo algo diferente a lo de rutina. Me enteré que mi enfermedad, causante de muerte inminente, repentina e inexplicablemente cesó. Ahora si tendríamos tiempo para estar juntos… Ahora si, “por toda una vida”. Sería una gran noticia. Más aun después de no vernos por estos largos cuatro días. Que te fuiste de vacaciones.
Salí corriendo feliz, sin palabras… llegué a donde solía encontrarte, toqué la puerta lleno de energía, de felicidad, de emociones. Tenía tanto por contarte, tantas ideas en mente, tantos planes por realizar. Todos ellos juntos. Esperé en la puerta por unos cinco o diez minutos  y salió el vecino. Y me dijo lo que ocurrió. Que en realidad nunca saliste de vacaciones. Que la verdad es que te dio un ataque a causa de aquella enfermedad que dijiste era cosa de menos. Y con un abrazo quiso encerrar las lágrimas que salían de mis ojos cuando me dijo que tú ya no estarías más aquí, porque estás allá donde algún día estaré. Ahora no se si suicidarme para estar junto a ti o vivir como tú lo hubieras deseado. Qué lástima me da saber que ahora “toda una vida” no significa nada porque ya no estaré más junto a ti.

domingo, 15 de agosto de 2010

Rutina

Él se sube, paga su tarifa algunos pesos y se sienta. Ella en seguida hace lo mismo y se sienta a su lado. Los nervios se sienten en las manos húmedas y después de unos minutos salen en palabas truncadas, torpes  y rápidas. Los dos se enamoran y sienten que así será para siempre. Pasan más minutos.
Ella se levanta del asiento y se va. Él la acompaña, pero sólo con la mirada. 

viernes, 6 de agosto de 2010

Manual de funeral

Yace allí, dentro de su estuche negro, bajando tranquilamente en el elevador. Abandonándonos. Don Horacio… como le gustaba que le llamaran, era una persona sencilla, amable, entregada con pasión a su vida, a su familia, a sus hijos, a sus hermanos, sus hermanas y a su amada esposa, Sofía, a quien conoció tres años antes de estar en el altar,  a la que fue enamorando en medio de algunos cuantos amores, aventuras y desamores, invitándola con sutil indiferencia apasionada a cada uno de los momentos que él creaba para ella y para nadie más, porque ella era la única mujer a la que él deseaba. Las demás… sólo juegos y fríos desahogos de pasión carnal y ocasional. Le juró amarla por siempre, hasta el día de su muerte y ella también lo juró.
                Ahora ella se encuentra recargada en el brazo de Fernando, hermano y mejor amigo de Horacio. Compañero de mil y un batallas desérticas. Quien ahora al parecer luchará solo contra las adversidades que aún le aquejan. Quien cierra los ojos y cuenta con lágrimas prisioneras las historias de infancia, juventud y adultez que compartieron a lo largo de aproximadamente sesenta años. Con sonrisas elocuentes afianza los sentimientos de apego, cariño y amistad para evitar la voz lastimera.
                Mira con detenimiento y cariño a Sofía. Recuerda como Horacio se quedó hace ya mucho tiempo con ella, cuando los dos competían de la manera más limpia posible. De vez en cuando eso se olvidaba y justificaban las acciones con el famoso dicho: “En la guerra y en el amor…” Al final Horacio se quedó con ella, demostró en una acción decisiva ser el hombre amoroso y bien deseado, al menos según el juicio de los ojos y el corazón de Sofía. Dejando todo fuera de su vida con tal de estar junto a ella.
                Sentada en el sillón de la esquina, don las manos cubriendo el rostro, contó misma la historia épica acerca de cómo Horacio dejó su empleo, las oportunidades de grandes e importantes estudios en su entonces admirada URSS y todas las aventuras que entonces tenía sólo por qué ella se casara con él, para no perderla y pasar juntos toda una vida. Cómo le envió la carta desde el extranjero donde le avisaba de su decisión y su abandono absoluto a de una vida perfecta a cambio de su amor. Entonces ella rompió en llanto.
                Fernando la tomó del brazo y contó la verdadera historia… Quien escribió la carta fue él y no Horacio, esas lágrimas que firmaban un “Te amo” eran sinceras, no como las de Horacio. Que al leer la carta y ver perdida la batalla envió la carta sin nombre de autor, sólo agregando la fecha de regreso a la ciudad. Para que Sofía lo encontrara a él en vez de Fernando. Y quedarse así con ella en la última de las jugadas sucias de los hermanos, la más sucia pero victoriosa.
                Confesó con profundo arrepentimiento haber condenado la verdad a cadena perpetua entre el corazón y la garganta. Siempre y cuando ella estuviera contenta. Siempre y cuando él la hiciera feliz y la respetara. Él soportaría tal humillación y tristeza, pero sería su fiel guardián, como los caballeros del medievo. Eternos amantes de la reina.
                Ese fue el error de Horacio… no amarla y respetarla le costó la vida. Y ahora sería turno de Fernando, porque: “Más vale tarde que nunca” y “En la guerra y el amor todo se vale”.
                Horacio ha muerto, Fernando vuelve a vivir y Sofía… ella sólo sigue directo al fin.