domingo, 29 de noviembre de 2009

De nuevo juto a ti.

Al abrir los ojos no sabía con certeza si era ya de noche, si sólo era tarde o hasta era de día, sólo sabía que tenía algo nuevo por hacer. Entonces tomé el reloj que me miraba desde el buró, me indicó que aún tenía tiempo para alcanzar lo que deseaba, cosa que en realidad no me importaba, a como diera lugar lo tenía que hacer, así que arranqué las sábanas que tenía como segunda piel, miré por unos segundos el plafón, aspiré la decisión profundamente y me senté sobre la cama, me miré en el espejo y te miré, tú a mis espaldas, descansando cómoda y placentera, aún viviendo en los sueños, soñando muy seguramente con aquel que no soy yo, aquel que dices querer y amar, aquel que comparte sin saber y que goza la mitad de lo que cree. Dejé de mirarte con ternura y la sonrisa voló, tallé mis ojos y caminé hacia el baño, esperé a que la lluvia doméstica cambiara su temperatura para eliminar el quebradizo recuerdo albino de pasión, las escancias de saliva que se colgaban de mi cuello acompañadas de pinturas rojas que detallaste con tus labios. Para limpiar las miradas perversas y palabras de amor falso consentido por los dos. Mientras las gotas y el jabón robaban evidencias del ayer tú arremetiste en la regadera para crear las del hoy, deseabas la revancha del juego en el que siempre ganamos los dos y siempre pierde él, reiniciar el sistema de caricias por default, sólo uno más de los tantos encuentros ocurrentes entre tú y yo. Entonces terminamos lavando las pasiones y  las caricias nocturnas con perversiones matutinas.
                Salimos cada quien por su lado, evitando sospechas de quien ni siquiera nos conoce, de quien supone somos pareja de verdad, de quien supone somos uno para el otro sin saber que en realidad jugamos a ser de nadie, a engañar a la mente confundiendo el amor con el deseo. Agendamos la siguiente mentira para cuando a cualquiera de los dos nos placiera, porque entonces éramos juguetes predilectos, pero nunca exclusivos. Tú te subiste a tu auto de señora responsable, te pusiste las gafas de sol, como queriendo ser irreconocible, un retoque en el retrovisor y de nuevo a la vida empresarial. Mientras yo intentaba encontrar las llaves que no estaban en mis bolsas, ni en el saco, ni dentro del coche, seguro dentro de la habitación. Regresé paso a paso recogiendo la vergüenza a lo largo de cuadra y media, para que cuando fuera la hora de preguntar por ellas me hicieran esperar alrededor de hora y media, misma que aproveché para comer unas ricas enchiladas gratinadas con huevo estrellado y un plato de fruta aderezado con yogurt y granola, un poco de jugo de naranja y un café para despertar. Regresé y el mozo me entregó las llaves, mientras un carro negro esperaba a diez metros para conservar la dignidad. Otra vez la cuadra y media para partir a hacer mi deber. Navegué entonces por la radio más rápido que por el tráfico de la ciudad, una hora después en ninguno de los dos llegué a algún lugar. Sólo en mi mente que divagaba entre quehaceres logré concluir una actividad. Quince minutos más tarde llegué al destino físico pero perdí el mental, entonces la vista devolvió el rumbo del quehacer.
                Entré a mi casa, caminé hasta la computadora y comencé a ver mis pendientes desconocidos, correos que exigían atención inmediata, tonterías de los demás, pero ninguna respuesta para mí. Más pausas para mi mente e ideas que fabricar y más pendientes por hacer. Parecía no tener tiempo para ti, para recordar tus palabras, tus miradas, caricias, besos, abrazos, sonrisas, ideas… No tenía tiempo para estupideces, había mil y una actividades más por efectuar, y creo en ninguna apareciste tú, sólo esta yo. Pero no entendía el porqué entonces seguías ahí, ocupando tiempo ajeno, habitando en momentos de mi mente, paseando por los parques de mis memorias y de mis imaginaciones, eras gobernadora del reloj, devoradora de minutos con todos sus segundos, asesina de preocupaciones y resucitadora de recuerdos. Me sumergiste en tu vida, querías ahogarme en recuerdos de tus pupilas, ahorcarme con el aroma de tu cuello, encajarme el puñal de tus sentimientos, disparar justo a mi frente con el más certero de tus besos… Moriría de amor si tú no lo hacías primero.              Y es que no me había dado cuenta de que me estabas acabando, que me habías mutilado con cada una de tus caricias, me habías cegado con tus palabras, encarcelado en tus recuerdos, enfermado con su ser. Me convertiste en un vegetal sin intelecto, era sólo tuyo aunque estuviera con alguien más, ya me habías ganado sin querer, eras tú monarca de mi vida y acreedora de cada uno de mis esfuerzos. Te amaba sin fin, ya no quería hacer nada sin tu compañía, el aire olía a dolor sin tu esencia de pasión, el sol no iluminaba tanto como el destello de tu cabello y el horizonte no me guiaba como lo hacían tus miradas, el viento no susurraba tan dulce como lo hacían tus palabras, la tierra no giraba como lo hacías tú en mi cabeza. Te amé tanto que odié el hecho de necesitarte.
                De inmediato me dirigí hacia tu hogar, y ya estando fuera esperé… tomé mi tiempo para meditar, si te mataría, si te dejaría o te amaría. Pero el tiempo ya no me dio más crédito para la espera y las ansias sugirieron la actuación con incertidumbre, de nuevo respiré profundo, miré al vacío y me decidí. Abrí la puerta del carro, y caminé por el aparente infinito que existió entre mí y la puerta de madrea que conducía a tu sala. Ya frente a la guardiana de madera busqué las llaves, ahora si las tenía en mi pantalón, entonces vi tu sala, y nada del otro, de aquel que cree que te posee. Directo a tu cuarto y tú recostada placentera como siempre, acompañada de un libro negro que dejaste de leer porque Morfeo lo deseó. Y la disyuntiva regresó. Te amaría, te odiaría, te mataría o ¿qué haría? Me decidí por lo tercero, y justo antes de comenzar me miraste, sonreíste con tono de sorpresa, como si supieras lo que deseaba hacer y con eso terminaste mi deseo de asesino pasional. Qué pena me da despertar de nuevo junto a ti, perdón por tenerte de nuevo detrás de mí.

lunes, 16 de noviembre de 2009

La blanc shirt






Cansado de las paredes blancas, del cuarto con poca luz que se escurre desde la pequeña ventana en la esquina opuesta a la puerta, las noches oscuras por culpa de aquel foco con tic nervioso, de fríos nocturnos entre sábanas sucias, estaba cansado de estar encerrado, cansado de no hacer nada, porque él quiere hacer de todo, de todo sin dejar nada. Ideas que compartía con Pablo, su viejo camarada, compañero de mil locuras y fiel amigo desde la infancia.
                Como siempre llegó el enfermero, llevando la comida de todos los días, para sacarlo al baño de las diez de la mañana, para a cambiar la camisa blanca y amarrar las mangas en la espalda de Roberto. Para volver a encerrarlo en el cuarto blanco, donde debería estar solo, pero sólo quedaba junto a Pablo, el que entraba y salía a placer, el que recorría los pasillos sin hacer ruido, sin llamar la atención, sin platicar con nadie pero escuchando a todos y regresaba dentro del cuarto sin abrir la puerta, el que vivía sin haber nacido. Ese día Pablo llego con la nueva idea, la de ser libres sin decirle a nadie, de tomar las paredes como puertas a la realidad, como puertas a la vida de los demás.
                El plan era el siguiente: Cuando sonara la tercera campanada de la madrugada, Pablo desamarraría  las mangas, después Roberto rompería la ventana de la esquina, no, mejor gritaría al enfermero, y él entraría para brindar ayuda, Pablo y Roberto lo golpearían hasta dejarlo en la inconsciencia, saldrían corriendo del cuarto blanco, dejando atrás al foco nervioso y la ventana deprimente. Recorrerían todo el pasillo hasta llegar a una puerta de metal, fría como la noche que les esperaría, Pablo desde el pasillo de al lado llamaría la atención del guardia, entonces Roberto saldría sin presiones. Ya en el jardín descuidado, correrían sin parar, buscando dejar en segundo lugar a los perros de seguridad, los pies descalzos, acariciarían rápidamente el pasto, el polvo y las piedras hasta topar con la pared, la puerta a la realidad de los demás. Roberto se dejaría ayudar por Pablo para alcanzar su libertad, ya que después Pablo le siguiera los pasos cuadras adelante.
Afuera del edificio, ya detrás de las paredes prepotentes lo primero era conseguir dinero, algo de comida y un buen lugar para estar, respecto a lo del dinero, con sólo un poco de valor y ayuda del primer cobarde citadino se hicieron de una cartera, o mejor de cinco o seis, de las que fuera necesario. Entrada entonces la noche, irían a comer ricos tacos de muerte lenta. Para dormir un hotel barato sería lujoso, justo lo necesario. Roberto fue entonces directo por las llaves del cuarto quince, abrió la puerta a la inmundicia, decorada por un tocador polvoso y una cama desatendida. Mientras el imaginario Pablo inspeccionaba el baño, refugio maloliente de cucarachas y hongos caseros. El lugar era ruin, tal y como se deseaba, recostados ambos en la cama se dejaron navegar hasta el fin de sus desvelos, no sin que antes Roberto se tomara su pastilla de la noche, y dejándola pasar miró hacia los lados para apreciar solo y gustosamente las paredes blancas, el cuarto con poca luz que se escurría desde la pequeña ventana en la esquina opuesta a la puerta, en la noche oscura por culpa de aquel foco con tic nervioso, con frío nocturno entre sábanas sucias.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Juego.




Vamos a jugar eso que tanto quieres, que tanto buscas, que tanto pides con ebriedad de libertina inocencia. Así será el juego: Te lo voy a explicar. Yo finjo que te quiero, finjo que te abrazo, finjo que te beso. Tú finge ser estatua, finge que no quieres como digo que te quiero, finge que no puedes, finge no buscarme. Intenta guardar silencio, callar el sentimiento y evitar provocaciones. Yo finjo ser real y querer sin limitaciones.
     Ya se acabó el juego, dejamos las mentiras, pero nos creímos los papeles. Hoy te quiero tanto que sólo quiero dejar de quererte. Hoy cambias de juego; hoy el juego soy yo.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Domingo a las 6









Domingo a las 6, adornado por nubes derramadas por la sangre del sol que gritaba luces destellantes y ensordecía miradas, pastizales amarillos,  las bocinas principiaban a cantar y fue cuando te vi. Eras tú dorada color divino, como los dioses del Olimpo, sólo que tú eras mejor, de carácter virginal, ojos que contenían verdes campos cubiertos de brisas matinales, rocíos de bondad y destellos de grandeza. Bañados por los rubios rayos de sol que encerraba tu cabello, con olor a seducción, pasión, amor, cariño o yo que se… sólo me atrapó y me hizo mirar tu rostro angelical, deseado por millones, decirte, …hola… de la manera más tímida e introvertida que podía suceder. Todo el discurso ensayado por horas mentales se perdió con el aire que lanzó tu mirada. Tú me contestaste con otro hola que exigía respuesta, mi respuesta fue nuevamente…hola… y ahora una sonrisa enervó de tus labios, ojos y mejillas. ¿Cómo te llamas?, preguntaste, Rodrigo, respondí. Fuiste sacando un caudal creciente de palabras de mi boca, te convertiste en fuente abundante de conversaciones sin fin, todo un prodigio del arte elocuente, oradora perfecta y mejor conversadora. En cuestión de minutos parecías conocerme a la perfección, y mejor aún, congeniábamos al cien, nos complementábamos. Debía agradecer a los cielos, los infiernos, los dioses y todos entes divinos existentes, estaba “la mujer de mi sueños” junto a mí. Los caminos de las palabras seguían creciendo a temas diversos, temprano se hizo tarde, tú sola y sin chofer que te regresara a casa, y yo con mi bocho a punto de la descompostura, con faros tuertos y asientos con heridas y cicatrices de mil batallas propias y ajenas al dueño actual. Avergonzado y sin querer ofrecí esas cuatro llantas a tu servicio, con destino a tu hogar. Aceptaste el aventón y subiste al viejo tuerto, tomaste asiento con cuidado, pero nunca haciendo gestos de humillación o desprecio… Aparte de todo fuiste humilde, ¡lotería! De pronto el camino se tornó rojo apasionado, con destellos de gozo, es volente viró a la primer estancia de amor y algunos pesos de tu bolsa pagaron la concusión de varas escenas bravías, tiernas y otras rutinarias. Reflejadas en espejos perversos y custodiadas por una puerta mustia. De nuevo las telas regresaron a su lugar de origen absorbiendo aromas de satisfacción, que con unos minutos en el tocador se perdió junto con el peinado de pasión. Giraste tu mirada hacia mí, de abajo hasta arriba y de regreso, con la misma sonrisa que consiguió mi saludo, en realidad no se si eso era bueno o malo, sólo sé que sucedió. Siguieron esas palabras que sólo tú conseguías, verdades siempre, a veces presunciones, pero verdades al fin. Tomaste el contenedor de belleza, metiste el rubor, la sombra y el cepillo. Esperaste a que yo decidiera salir de las cobijas y terminara de arreglarme, que regresara al estado de horas antes. De nuevo al carro y ahora si a tu hogar. Más de lo que pensé, a decir verdad, mucho más. Me sentí mal por un instante… pero ya habías estado conmigo y eso era bueno. Salí para abrir tu puerta, pero te adelantaste, sólo alcancé a cerrarla. Ahora fue un …adiós… pues no sabía que más decir, gracias sería tal vez iluso, hasta luego, premeditado, te veo luego, peor aún, te quiero, ni se diga, …me la pasé muy bien fue lo idóneo, al menos en mi mente, pero tu ter adelantaste, siempre un paso delante de mí. Entonces contesté: Yo igual. Giraste hacia la puerta mientras yo esperaba algo más. Pero sólo otorgaste el contorno de tu figura, misma que había tenido frente a mí, que tomé y nunca dejaré, que se estampó en mis párpados, a la cual recurro en noches de insomnio, aquella de nunca volví a tener. Aquella que me recuerda que te perdí porque nunca te tuve.


Gracias a Laura Zavala por la Imagen.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Perfección

Estaba él ahí, sentado y mirando hacia la nada que cursaba aquel puente, esperando la silueta de la mujer desconocida, aquella que se recargaría en el puente, con vestido blanco y clavel albino cembrado entre los dedos. La imaginaba... ella sería trigueña, con mirada fuerte y decidida, pero a la vez dulce y tierna que se clavaría en corriente del rio, en espejo del agua que es lo mismo pero al revés. Así seria ella. Ahi estaba ella de vestido blanco, con clavel albino y mirada tierna... Él la vió recargada y esperando, tomó sus cosas y huyó. Las cosas no salieron como se pensaron, salieron mejor.