Al abrir los ojos no sabía con certeza si era ya de noche, si sólo era tarde o hasta era de día, sólo sabía que tenía algo nuevo por hacer. Entonces tomé el reloj que me miraba desde el buró, me indicó que aún tenía tiempo para alcanzar lo que deseaba, cosa que en realidad no me importaba, a como diera lugar lo tenía que hacer, así que arranqué las sábanas que tenía como segunda piel, miré por unos segundos el plafón, aspiré la decisión profundamente y me senté sobre la cama, me miré en el espejo y te miré, tú a mis espaldas, descansando cómoda y placentera, aún viviendo en los sueños, soñando muy seguramente con aquel que no soy yo, aquel que dices querer y amar, aquel que comparte sin saber y que goza la mitad de lo que cree. Dejé de mirarte con ternura y la sonrisa voló, tallé mis ojos y caminé hacia el baño, esperé a que la lluvia doméstica cambiara su temperatura para eliminar el quebradizo recuerdo albino de pasión, las escancias de saliva que se colgaban de mi cuello acompañadas de pinturas rojas que detallaste con tus labios. Para limpiar las miradas perversas y palabras de amor falso consentido por los dos. Mientras las gotas y el jabón robaban evidencias del ayer tú arremetiste en la regadera para crear las del hoy, deseabas la revancha del juego en el que siempre ganamos los dos y siempre pierde él, reiniciar el sistema de caricias por default, sólo uno más de los tantos encuentros ocurrentes entre tú y yo. Entonces terminamos lavando las pasiones y las caricias nocturnas con perversiones matutinas.
Salimos cada quien por su lado, evitando sospechas de quien ni siquiera nos conoce, de quien supone somos pareja de verdad, de quien supone somos uno para el otro sin saber que en realidad jugamos a ser de nadie, a engañar a la mente confundiendo el amor con el deseo. Agendamos la siguiente mentira para cuando a cualquiera de los dos nos placiera, porque entonces éramos juguetes predilectos, pero nunca exclusivos. Tú te subiste a tu auto de señora responsable, te pusiste las gafas de sol, como queriendo ser irreconocible, un retoque en el retrovisor y de nuevo a la vida empresarial. Mientras yo intentaba encontrar las llaves que no estaban en mis bolsas, ni en el saco, ni dentro del coche, seguro dentro de la habitación. Regresé paso a paso recogiendo la vergüenza a lo largo de cuadra y media, para que cuando fuera la hora de preguntar por ellas me hicieran esperar alrededor de hora y media, misma que aproveché para comer unas ricas enchiladas gratinadas con huevo estrellado y un plato de fruta aderezado con yogurt y granola, un poco de jugo de naranja y un café para despertar. Regresé y el mozo me entregó las llaves, mientras un carro negro esperaba a diez metros para conservar la dignidad. Otra vez la cuadra y media para partir a hacer mi deber. Navegué entonces por la radio más rápido que por el tráfico de la ciudad, una hora después en ninguno de los dos llegué a algún lugar. Sólo en mi mente que divagaba entre quehaceres logré concluir una actividad. Quince minutos más tarde llegué al destino físico pero perdí el mental, entonces la vista devolvió el rumbo del quehacer.
Entré a mi casa, caminé hasta la computadora y comencé a ver mis pendientes desconocidos, correos que exigían atención inmediata, tonterías de los demás, pero ninguna respuesta para mí. Más pausas para mi mente e ideas que fabricar y más pendientes por hacer. Parecía no tener tiempo para ti, para recordar tus palabras, tus miradas, caricias, besos, abrazos, sonrisas, ideas… No tenía tiempo para estupideces, había mil y una actividades más por efectuar, y creo en ninguna apareciste tú, sólo esta yo. Pero no entendía el porqué entonces seguías ahí, ocupando tiempo ajeno, habitando en momentos de mi mente, paseando por los parques de mis memorias y de mis imaginaciones, eras gobernadora del reloj, devoradora de minutos con todos sus segundos, asesina de preocupaciones y resucitadora de recuerdos. Me sumergiste en tu vida, querías ahogarme en recuerdos de tus pupilas, ahorcarme con el aroma de tu cuello, encajarme el puñal de tus sentimientos, disparar justo a mi frente con el más certero de tus besos… Moriría de amor si tú no lo hacías primero. Y es que no me había dado cuenta de que me estabas acabando, que me habías mutilado con cada una de tus caricias, me habías cegado con tus palabras, encarcelado en tus recuerdos, enfermado con su ser. Me convertiste en un vegetal sin intelecto, era sólo tuyo aunque estuviera con alguien más, ya me habías ganado sin querer, eras tú monarca de mi vida y acreedora de cada uno de mis esfuerzos. Te amaba sin fin, ya no quería hacer nada sin tu compañía, el aire olía a dolor sin tu esencia de pasión, el sol no iluminaba tanto como el destello de tu cabello y el horizonte no me guiaba como lo hacían tus miradas, el viento no susurraba tan dulce como lo hacían tus palabras, la tierra no giraba como lo hacías tú en mi cabeza. Te amé tanto que odié el hecho de necesitarte.
De inmediato me dirigí hacia tu hogar, y ya estando fuera esperé… tomé mi tiempo para meditar, si te mataría, si te dejaría o te amaría. Pero el tiempo ya no me dio más crédito para la espera y las ansias sugirieron la actuación con incertidumbre, de nuevo respiré profundo, miré al vacío y me decidí. Abrí la puerta del carro, y caminé por el aparente infinito que existió entre mí y la puerta de madrea que conducía a tu sala. Ya frente a la guardiana de madera busqué las llaves, ahora si las tenía en mi pantalón, entonces vi tu sala, y nada del otro, de aquel que cree que te posee. Directo a tu cuarto y tú recostada placentera como siempre, acompañada de un libro negro que dejaste de leer porque Morfeo lo deseó. Y la disyuntiva regresó. Te amaría, te odiaría, te mataría o ¿qué haría? Me decidí por lo tercero, y justo antes de comenzar me miraste, sonreíste con tono de sorpresa, como si supieras lo que deseaba hacer y con eso terminaste mi deseo de asesino pasional. Qué pena me da despertar de nuevo junto a ti, perdón por tenerte de nuevo detrás de mí.