viernes, 17 de septiembre de 2010

El zumbido de Pandora

Estaba cansado, muy cansado. No tenía mucho que hacer, lo único que pasaba por mi mente era el tímido murmullo que se empeñaba en relatar ese amor de años que sólo resultó en un montón de hojas blancas escritas con la tinta de una brisa otoñal. Todos esos tiempos bien se pueden resumir en un solo suspiro que viaja por la penumbra de mi habitación a las tres de la mañana. Tan vacía y tan simple como mi mente estas últimas tres semanas. Y dentro de todo este estruendoso silencio que me aturde entre imágenes y recuerdos del ayer que tú y yo nunca vivimos, y que muy seguramente nunca viviremos, la danza de la flama que tiembla de frío, que poco a poco se extingue y da paso al amplio vacío de la obscuridad, fiel y cordial anfitrión de las memorias, me pierdo en ese libro de hojas blancas que tantas tanto tiempo tardamos en vivir. Y es que la verdad así es el momento, y me duele que sea así. Qué después de todo esto ya no recuerde nada. Todo aquello quedó sin sentido como si fuera el vuelo moribundo de una mariposa en la lluvia. Ni siquiera es tu nombre digno de ser escrito. Esta noche fue un mosquito el ministro del bautismo y hoy tu nombre cambió por el de la onomatopeya del zumbido que pernocta y se convierte en un fastidio. Por esta noche tu nombre es sólo una molestia más que ayuda al insomnio, que roba el sueño y con él las esperanzas.

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